Mi primera fase como discípulo en la Orden estuvo representada por
muchas preguntas relacionadas con los misterios que envuelven la vida;
algo que siempre consideré positivo, ya que me impulsaba a la reflexión y
también me enseñó mucho sobre paciencia y serenidad, pues las
respuestas apenas son permitidas cuando estamos listos para entenderlas.
No que ellas sean negadas, sólo que no conseguimos verlas, como si un
manto de invisibilidad las envolvieran, hasta que nuestros ojos cambian.
Yo había terminado de barrer el jardín y antes de seguir hacia la
biblioteca del monasterio pasé por la recepción para buscar una taza de
café. Libros y café son una combinación que siempre he adorado.
Encontré al Viejo, ante un pedazo de torta de pan, con la mirada
distante. Pedí permiso para interrumpir sus pensamientos y sentarme a su
lado para conversar un poco. Él me autorizó con una dulce sonrisa. Le
dije que había leído un poema atribuido a un antiguo alquimista persa
que relataba el diálogo entre un caravanero y un grano de arena. Había
una parte que me intrigaba mucho:
“Grano de Arena: Yo soy el desierto.
Caravanero: No, eres apenas parte del desierto. Sin ti, el desierto continuará siendo el desierto.
Grano de Arena: Engaño. Si falto el desierto estará incompleto y viajará en mi búsqueda.
Caravanero: Devaneas entre la soberbia y la locura.
Grano de Arena: Entiendo tu juicio. Cada cual lo hace con los ojos que posee en el momento. Créelo, ver es un arte.
Caravanero: ¿Díme, qué no percibo?
Grano de Arena: La fuente de la que bebo. No existe el todo sin la parte.
Caravanero: ¿Así de simple?
Grano de Arena: La parte contiene el todo en sí; yo traigo el desierto en mí.
Para conocer el desierto hay que desvendar el grano.
Este es el poder y la revelación”.
Caravanero: No, eres apenas parte del desierto. Sin ti, el desierto continuará siendo el desierto.
Grano de Arena: Engaño. Si falto el desierto estará incompleto y viajará en mi búsqueda.
Caravanero: Devaneas entre la soberbia y la locura.
Grano de Arena: Entiendo tu juicio. Cada cual lo hace con los ojos que posee en el momento. Créelo, ver es un arte.
Caravanero: ¿Díme, qué no percibo?
Grano de Arena: La fuente de la que bebo. No existe el todo sin la parte.
Caravanero: ¿Así de simple?
Grano de Arena: La parte contiene el todo en sí; yo traigo el desierto en mí.
Para conocer el desierto hay que desvendar el grano.
Este es el poder y la revelación”.
Al final, bajo la mirada atenta del monje, pregunté que revelación
era esa a la que se refería el artista. El Viejo se encogió de hombros y
dijo: “Puedo explicar una ecuación matemática, nunca un poema. Al
contrario de la exactitud de la ciencia, el arte habla el lenguaje del
apreciador: puede decir mucho o nada”. Me sentí contrariado. Le comenté
que no estaba ayudándome mucho. Hice mención de retirarme cuando fui
detenido por su voz serena: “Hago lo mejor que puedo, no lo dudes. No
obstante, el Camino exige que cada cual ande con sus propias piernas.
Esta es la razón de su existir”. Discordé. Acrecenté que era mucho más
sencillo si todas las ‘verdades’ y ‘revelaciones’ nos fuesen entregadas,
debidamente decodificadas, sin ningún misterio, como una tabla de
multiplicar. Haría más fácil la vida de todos. El Viejo sonrió y dijo:
“La verdad está disponible a la vista de todos y emana en abundancia
pero, ¿qué hacer ante los ojos desatentos de quien se niega a ver? El
misterio es apenas la verdad que todavía no conseguimos entender”. Lo
interrumpí para que me dijese qué me faltaba aprender para que los
misterios se revelaran. El monje, con su enorme paciencia, dijo:
“Entender es tan sólo el paso inicial”. Le pedí que profundizará y fui
atendido: “Existe una gran diferencia entre conocimiento y sabiduría. El
conocimiento es la verdad intelectualizada; la sabiduría es la verdad
sentida y vivida. Amo los libros y venero a los profesores, ellos son
esenciales, pero no bastan. La información para dejar de ser pan de
vitrina y transformarse en alimento tiene que pasar de los ojos a la
boca, o una vida entera que podría ser nada será. Es la parte que cabe
al alumno. Esto lo transforma en andariego”.
Le pedí que me mostrara la famosa ‘verdad’, pues tenía dificultad en
encontrarla. El Viejo me miró a los ojos y dijo: “Así como el grano de
arena trae en sí todo el desierto, todo el universo habita en ti”.
Insistí en que no estaba ayudándome. Argumenté que yo estaba lleno de
dudas y no sabía cómo saciarlas. El monje sonrió y dijo: “Cada cual
tiene todas las respuestas a sus preguntas. Basta amor y coraje para
buscarlas. Eres parte del todo; el todo habita en ti”. Meneé la cabeza
en negación y dije que aquello era un chiste de mal gusto. El Viejo
mordisqueó un pedazo de torta y pidió que le serviera una taza de café.
Después explicó: “Toda la filosofía de Sócrates se fundamenta en la
frase esculpida en el pórtico de piedras de la Isla de Delfos: ‘Conócete
a ti mismo y conocerás la verdad’”.
“El sabio griego sostenía que a medida que profundizamos en el viaje
del autoconocimiento, encontraremos todas las imperfecciones del mundo
que tanto nos incomodan, escondidas en rincones oscuros del propio ser.
En la sala de espejos veremos los inconfesables defectos ajenos
sangrando en nuestra piel. Entenderemos que criticamos a los otros
apenas por ignorancia con relación a lo que somos. Solamente el
entendimiento de sí permite el entendimiento del otro, del mundo y de la
vida. Los cambios que tanto deseamos en todo y en todos los que nos
rodean tan sólo serán efectuados a medida de las transformaciones
personales que tengamos capacidad de ofrecer. Percibir las propias
imperfecciones permite no sólo realizar los cambios indispensables en el
propio ser, sino que también concede una visión amorosa con relación a
las dificultades ajenas. Entender quiénes somos en realidad nos enseña
la belleza del perdón, el arte de la paciencia y, principalmente, la
sabiduría del amor al fusionar todas las virtudes en maravillosa
explosión de luz”.
Levanté los hombros y argüí que yo podría simplemente negarme a
buscar la verdad y la revelación de los misterios. El monje repitió el
mismo gesto y también se encogió de hombros para decir: “Claro que
puedes. Somos absolutamente libres para ejercitar nuestras elecciones.
Esta es la infinita generosidad del universo. Sólo no olvides que hay un
código no escrito que regula la vida en todos los planos de existencia.
La ley de acción y reacción es una de ellas, para que capte la perfecta
justicia y le permita a cada cual definir su propio destino con dolores
y delicias, méritos y responsabilidades. Por lo tanto, cuando algo no
esté bien no te lamentes. Transfórmate”.
“Negar el viaje es insistir en el estancamiento. Todo lo que
permanece parado tiende a pudrirse. Cuando hablamos del alma nos
referimos a la agonía oriunda de la falta de entendimiento del mundo que
nos cerca, traducida en la ignorancia de sí mismo. Coloreamos el mundo a
medida que cambiamos nuestros ojos; las transformaciones planetarias
acompañan los pasos de las metamorfosis individuales. Cuando el
sufrimiento trasciende al espíritu por la demora en la cura, acaba
revelándose en desajustes en el cuerpo físico y mental. Todo
desequilibrio es un llamado del Camino. Aceptar la invitación, una
elección”.
“ ‘Conócete a ti mismo y conocerás la verdad’ es el principio
filosófico de Sócrates que nos influencia hasta hoy. Como si no bastara,
cerca de mil años después, un gran maestro conocido con el nombre de
Jesús, en las montañas de Kurun Hattin, profirió el más profundo
discurso del cual la humanidad ha tenido noticia. Entre muchas lecciones
valiosas, complementa el antiguo raciocinio: ‘Conoced la verdad y ella
os hará libres’”.
Quise saber a cuál libertad se refería. El monje respondió de
repente: “A las prisiones sin rejas, aquellas en las que no nos
percibimos cautivos, haciéndolas todavía más crueles por perennizar el
sufrimiento que rasga y maltrata. El veneno, aunque presente en los
frutos, tiene su causa en la raíz. Es allí donde debe ser derramado el
antídoto. Por ello, la necesidad de profundizar en lo más íntimo del ser
para curar, en la esencia, la herida que sangra. Esto es libertador,
pues no sólo sana sino que despierta la consciencia y expande la
capacidad amorosa; permite que florezca lo mejor que nos habita;
modifica la visión para que la vida se ofrezca con colores alegres y,
hasta entonces, desconocidos”.
“La verdad es tu mejor parte; abrazarla, tu mayor arte. Es el lado
oculto del ser, que aguarda ese encuentro para revelarse”. “El encuentro
consigo mismo es la reconciliación con la faz olvidada, la parte para
estar despierto y reconciliarse con todo. Es el poder del universo en
tus manos”. Hizo una pequeña pausa antes de preguntar: “¿Puedes
dimensionar tal fuerza?”.
Permanecimos un tiempo sin decir palabra. Yo necesitaba acoplar las
ideas. Todavía un poco desconcertado le comenté que, según había
entendido, liberarse de todo sufrimiento era una decisión íntima al
alcance de todos. El Viejo sacudió la cabeza en aprobación, me ofreció
una bella sonrisa y dijo: “¿Percibes el infinito amor que nos envuelve?
¿La perfecta justicia? ¿La dimensión de la libertad? El universo le
ofrece a cada uno de nosotros todo su poder; al final, si somos el
grano, somos el desierto. Su fuerza habita en nosotros. Basta oír el
ritmo de sus tambores para vibrar en la misma sintonía. ¡Aprende a
usarla!”.
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