domingo, 9 de abril de 2017

La Puerta...




De todos los lugares del monasterio, la biblioteca siempre fue mi preferido. Escoger uno de los innumerables títulos disponibles, acomodarme en una de sus confortables poltronas y repartir la atención entre las letras y el maravilloso paisaje de las montañas, proporcionado por las enormes ventanas, permiten momentos de pura magia. Muchas veces encontré al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, en algún rincón encantado con la lectura o en viaje profundo en los mares de la reflexión. En ese día yo había acabado de escoger un libro cuando percibí que él me observaba. Levantó las cejas queriendo saber qué había escogido. Le mostré la portada y él sonrió en aprobación. Era una antología de conferencias de Yogananda. Aproveché que había una silla libre a su lado y me senté. Le pregunté qué leía. El monje respondió con un susurro: “El Sermón de la Montaña”. Cierta vez, él me había revelado que leía ese pequeño texto todos los días antes de iniciar cualquier otra lectura, pero no imaginaba que lo decía en sentido literal. Ante mi expresión de asombro el Viejo dijo: “Las letras del Sermón están vivas y siempre me traen enseñanzas sin fin”. Yo ya lo había leído varias veces y le pregunté sobre qué trecho estaba meditando. El monje dijo con voz suave: “Aquella parte que dice que ‘estrecha es la puerta y apretado el camino de la vida. Raros son los que lo encuentran’”. Dije que sabía de que se trataba y me adelanté para mostrarle toda la erudición que pensaba tener. Dije que aquel capítulo tenía la función de orientar sobre el cuidado de no insistir en los senderos anchos de la perdición. Complementé diciendo que no encontraba mayores dificultades en su interpretación, bastaba que fuésemos siempre honestos. Así de simple. El Viejo me ofreció una dulce sonrisa de agradecimiento como respuesta y volvió a concentrarse en la lectura y en sus pensamientos. Me sentí orgulloso de mí mismo.
Pasados algunos días, volví a encontrar al Viejo. Yo estaba irritadísimo. Una discordia familiar sobre la repartición de la herencia dejada por un familiar venía causándome desconcierto entre personas que convivieron durante toda una vida y, aparentemente, se amaban y respetaban. Parecía que yo ya no conocía a nadie. Me ofrecieron propuestas de división de bienes absurdas, alegaciones y fundamentos tan tortuosos que rayaban en lo ridículo. Sin embargo, todo era muy serio y yo vislumbraba una enorme pérdida financiera. Le pedí al monje un consejo que pudiera suavizar mi corazón ante el sinsabor que sentía. Él me miró con bondad y dijo: “Es hora de atravesar la puerta estrecha”. Hizo una pausa a propósito y me aconsejó: “Sé honesto”. Refuté argumentando que estaba siendo absolutamente honesto, los otros eran los deshonestos conmigo. Ellos querían usurpar lo que era mío por derecho. Esta era la razón de mi sufrimiento. El Viejo levantó las cejas y dijo: “¿Si atravesaste la puerta al ser honesto y, más allá de ella está el sendero de la luz, por qué te veo desorientado y con tanta agonía?”
Le pregunté si actuaba de manera errada al ser honesto y en favorecer mis intereses. El monje respondió con voz seria: “De ninguna manera. Ser honesto es obligación del andariego. Es una virtud indispensable para conquistar la dignidad que te autoriza a recorrer el Camino. No obstante, ser honesto por sí sólo no basta. Para atravesar la puerta estrecha y seguir por el difícil sendero de la luz es preciso más”. Avergonzado agaché la mirada. Como gesto de humildad, le pedí que me enseñara un poco sobre la puerta.
Andamos hasta el refectorio, nos servimos café y nos sentamos. Entonces el Viejo habló: “La puerta estrecha es una elección, tal vez la más importante de la vida. Tan valiosa que tienes que reafirmarla todos los días, pues enormes son las tentaciones que insistirán en desviar tus pasos. La puerta estrecha es la elección de las virtudes del alma en detrimento de los valores del ego; es el sendero dorado del corazón. Es el inicio del Camino”.
“Voy a adelantarte una cosa: no es fácil. Primero es preciso ver la puerta, muchos ni esto aún consiguen. Después es necesario atravesarla y, en seguida, mantenerse en el ‘sendero apretado’. Varios sucumben ante los apelos del mundo o ante las dificultades encontradas. Por fin, tendrás que incorporar el Camino a tu manera de ser. Es decir, andariego y camino se funden, se hacen uno; es el momento en que las cortinas se abren para una nueva etapa. Significa que desembarcaste en la estación de las Tierras Altas”. Hizo una pausa y concluyó: “Sólo no olvides: el viaje es duro, pero dulce. También es infinito”.
Comenté que entendía, pero no mucho. Le pedí que me explicará mejor. El Viejo se esforzó para ser didáctico: “Todos somos educados dentro de los patrones de la sociedad que valora la fama vacía, el brillo sin luz, los aplausos fáciles, las celebridades que nada transforman, el dinero como instrumento de poder, la apariencia en vez de la esencia. Son condicionamientos sociales, culturales y ancestrales tan arraigados al ego que casi nunca cuestionamos el valor de estar en la búsqueda de tales objetivos. Actuamos por automatismo, sin mayores cuestionamientos, pues esas son las conquistas que traerán el reconocimiento y la admiración de la mayoría de las personas que nos rodean”.
“Seguir en esa búsqueda facilita el seguimiento de los rieles del ego construidos hace siglos sin ningún cuestionamiento. Es agradable pues el ego desea las conquistas materiales que representan lujo, placeres sensoriales y reverencia. Las sombras de la vanidad y del orgullo crecerán para convencerte de que eres más que los demás. Tu creerás que naciste para tener el mundo a tus pies”.
“Sin embargo, esa no es la sinfonía del universo. La vida tiene un compromiso inexorable con la evolución. La evolución está relacionada con la libertad y la plenitud del alma. Para librarse de las opresiones mundanas se debe aprender a ser más con menos. Entre menos la persona necesite más libre será. Esta es la ecuación de la libertad. El deseo de tener genera dependencias y conflictos en función de cosas innecesarias, olvidando en un rincón cualquiera la belleza de la construcción del ser. Lo que te permite continuar el viaje no es el tamaño de tu mansión o de la cuenta bancaria, sino la grandeza de tu corazón”.
“El deseo desenfrenado por adquisiciones incesantes debilita la existencia al crear una dependencia creciente que engaña con relación a la conquista de la paz y de la felicidad. Bellos ornamentos externos no siempre reflejan la verdad interna. Con frecuencia el lujo aparente sólo esconde una enorme miseria esencial. El resultado son personas que usan la arrogancia para mostrar el poder del que carecen, la fuerza interna que no poseen. Alimentan el orgullo y la vanidad por la necesidad de esconder, aún de sí mismos, toda la debilidad que sienten, como un suntuoso palacio montado sin los cimientos fundamentales que lo hacen vulnerable a la menor ventisca. Lo que engrandece al andariego no es el número de países que ya visitó, sino el viaje profundo que hizo para conocerse a sí mismo”.
“Modernamente los deseos del ego han creado un triste batallón de sufridores y desesperados; establecidos en el mundo, mas perdidos en sí mismos. Drogas en el intento de escapar de sí mismo; diversiones escandalosas para acallar la voz silenciosa del corazón; lentes oscuros para esconder los ojos de todos los ojos que revelan las heridas abiertas del alma. Depresión, terapias, ansiolíticos, antidepresivos y la ilusión de que podrán huir eternamente del espejo que mostrará, tarde o temprano, la exacta fotografía del ser hambriento de luz”.
“Los deseos del ego hacen la existencia cada vez más pesada y resbalosa, cuando en realidad necesitamos de la ligereza del alma para que las alas puedan sostenernos sobre los precipicios de la existencia. En el ápice de la plenitud pueden rasgarte la ropa, incendiar tu casa y abandonar tu cuerpo en una cárcel insalubre. El alma plena continuará intocable e inalcanzable. La plenitud es la cura a las fragilidades del ego. Es la paz interna y eterna, tan poderosa que te sostendrá más allá de las maldades y ofensas comunes del planeta”.
Le pregunté sobre las consecuencias al negarme a atravesar la puerta. El Viejo se encogió de hombros, como quien dice no tener salida y explicó: “Recuerda que el universo está conectado con tu evolución dada la necesidad inevitable de expansión de todo el cosmos. No olvides que eres parte del todo; por tanto, el todo está en ti. Esta es tu fuerza así como tu compromiso. Entonces, en la secuencia de cada elección vendrá un nuevo ciclo de aprendizaje. Suave o severo, siempre en justa reacción a tus decisiones”.
“Al rehusar el perfeccionamiento las lecciones se van haciendo más duras. Falencias, enfermedades y conflictos están íntimamente ligados a la necesidad del ser en revaluar los propios conceptos. Dificultades financieras tienen el poder de mostrar la riqueza de los valores nobles e inmateriales de la vida; enfermedades suelen volverse una farmacia para el alma; conflictos permiten ópticas y actitudes más certeras con relación a la sabiduría y el amor necesarios para la felicidad. Son situaciones que afectan directamente al ego; no obstante, perfeccionan al alma hacia la libertad y la plenitud. Al final, acabamos sintonizando el ego al ritmo del alma, entendiendo las oportunidades de transformación ofrecidas. De la sombra se hace la luz. Sí, la vida es siempre muy generosa. Lo que el ego salvaje llama desgracia, el alma iluminada agradece por la gracia”.
Le pedí que me aconsejara en el caso concreto y me dijera qué hacer. El Viejo arqueó los labios con una leve sonrisa, revelando toda su bondad y dijo con voz suave: “No tengo la más mínima idea, Yoskhaz. Administrar la vida ajena es un mero acto de ligereza y arrogancia. Cada cual es su propio maestro y es absolutamente responsable por sus elecciones. Solamente así nos es permitido avanzar”. Hizo una pequeña pausa y dijo: “Analízate profundamente a ti mismo y a tus prioridades en este momento. Sólo así conocerás la batalla para la cual ya estás listo: enfrentar a tus parientes para defender un patrimonio que te pertenece por derecho o abrir mano de esta discusión para concentrarte en otras conquistas”. Levantó las cejas y dijo seriamente: “Cualqueira que sea la decisión, será preciso perdón y compasión sobre todos los involucrados para que las telarañas del sufrimiento y del resentimento no apaguen la alegría y la ligereza al caminar. Entonces, escoge por amor pues sólo el amor tiene ese poder”. Sus labios denotaron una linda sonrisa y finalizó: “La puerta estrecha es aquella que revelará el sendero hacia la libertad y la plenitud. Es la elección que traerá transformaciones personales. Es el sendero que te permitirá que florezca lo mejor que habita en el andariego, que aún está oculto”.

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