De todos los lugares del monasterio, la biblioteca siempre fue mi
preferido. Escoger uno de los innumerables títulos disponibles,
acomodarme en una de sus confortables poltronas y repartir la atención
entre las letras y el maravilloso paisaje de las montañas, proporcionado
por las enormes ventanas, permiten momentos de pura magia. Muchas veces
encontré al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo
de la Orden, en algún rincón encantado con la lectura o en viaje
profundo en los mares de la reflexión. En ese día yo había acabado de
escoger un libro cuando percibí que él me observaba. Levantó las cejas
queriendo saber qué había escogido. Le mostré la portada y él sonrió en
aprobación. Era una antología de conferencias de Yogananda. Aproveché
que había una silla libre a su lado y me senté. Le pregunté qué leía. El
monje respondió con un susurro: “El Sermón de la Montaña”. Cierta vez,
él me había revelado que leía ese pequeño texto todos los días antes de
iniciar cualquier otra lectura, pero no imaginaba que lo decía en
sentido literal. Ante mi expresión de asombro el Viejo dijo: “Las letras
del Sermón están vivas y siempre me traen enseñanzas sin fin”. Yo ya lo
había leído varias veces y le pregunté sobre qué trecho estaba
meditando. El monje dijo con voz suave: “Aquella parte que dice que
‘estrecha es la puerta y apretado el camino de la vida. Raros son los
que lo encuentran’”. Dije que sabía de que se trataba y me adelanté para
mostrarle toda la erudición que pensaba tener. Dije que aquel capítulo
tenía la función de orientar sobre el cuidado de no insistir en los
senderos anchos de la perdición. Complementé diciendo que no encontraba
mayores dificultades en su interpretación, bastaba que fuésemos siempre
honestos. Así de simple. El Viejo me ofreció una dulce sonrisa de
agradecimiento como respuesta y volvió a concentrarse en la lectura y en
sus pensamientos. Me sentí orgulloso de mí mismo.
Pasados algunos días, volví a encontrar al Viejo. Yo estaba
irritadísimo. Una discordia familiar sobre la repartición de la herencia
dejada por un familiar venía causándome desconcierto entre personas que
convivieron durante toda una vida y, aparentemente, se amaban y
respetaban. Parecía que yo ya no conocía a nadie. Me ofrecieron
propuestas de división de bienes absurdas, alegaciones y fundamentos tan
tortuosos que rayaban en lo ridículo. Sin embargo, todo era muy serio y
yo vislumbraba una enorme pérdida financiera. Le pedí al monje un
consejo que pudiera suavizar mi corazón ante el sinsabor que sentía. Él
me miró con bondad y dijo: “Es hora de atravesar la puerta estrecha”.
Hizo una pausa a propósito y me aconsejó: “Sé honesto”. Refuté
argumentando que estaba siendo absolutamente honesto, los otros eran los
deshonestos conmigo. Ellos querían usurpar lo que era mío por derecho.
Esta era la razón de mi sufrimiento. El Viejo levantó las cejas y dijo:
“¿Si atravesaste la puerta al ser honesto y, más allá de ella está el
sendero de la luz, por qué te veo desorientado y con tanta agonía?”
Le pregunté si actuaba de manera errada al ser honesto y en favorecer
mis intereses. El monje respondió con voz seria: “De ninguna manera.
Ser honesto es obligación del andariego. Es una virtud indispensable
para conquistar la dignidad que te autoriza a recorrer el Camino. No
obstante, ser honesto por sí sólo no basta. Para atravesar la puerta
estrecha y seguir por el difícil sendero de la luz es preciso más”.
Avergonzado agaché la mirada. Como gesto de humildad, le pedí que me
enseñara un poco sobre la puerta.
Andamos hasta el refectorio, nos servimos café y nos sentamos.
Entonces el Viejo habló: “La puerta estrecha es una elección, tal vez la
más importante de la vida. Tan valiosa que tienes que reafirmarla todos
los días, pues enormes son las tentaciones que insistirán en desviar
tus pasos. La puerta estrecha es la elección de las virtudes del alma en
detrimento de los valores del ego; es el sendero dorado del corazón. Es
el inicio del Camino”.
“Voy a adelantarte una cosa: no es fácil. Primero es preciso ver la
puerta, muchos ni esto aún consiguen. Después es necesario atravesarla
y, en seguida, mantenerse en el ‘sendero apretado’. Varios sucumben ante
los apelos del mundo o ante las dificultades encontradas. Por fin,
tendrás que incorporar el Camino a tu manera de ser. Es decir, andariego
y camino se funden, se hacen uno; es el momento en que las cortinas se
abren para una nueva etapa. Significa que desembarcaste en la estación
de las Tierras Altas”. Hizo una pausa y concluyó: “Sólo no olvides: el
viaje es duro, pero dulce. También es infinito”.
Comenté que entendía, pero no mucho. Le pedí que me explicará mejor.
El Viejo se esforzó para ser didáctico: “Todos somos educados dentro de
los patrones de la sociedad que valora la fama vacía, el brillo sin luz,
los aplausos fáciles, las celebridades que nada transforman, el dinero
como instrumento de poder, la apariencia en vez de la esencia. Son
condicionamientos sociales, culturales y ancestrales tan arraigados al
ego que casi nunca cuestionamos el valor de estar en la búsqueda de
tales objetivos. Actuamos por automatismo, sin mayores cuestionamientos,
pues esas son las conquistas que traerán el reconocimiento y la
admiración de la mayoría de las personas que nos rodean”.
“Seguir en esa búsqueda facilita el seguimiento de los rieles del ego
construidos hace siglos sin ningún cuestionamiento. Es agradable pues
el ego desea las conquistas materiales que representan lujo, placeres
sensoriales y reverencia. Las sombras de la vanidad y del orgullo
crecerán para convencerte de que eres más que los demás. Tu creerás que
naciste para tener el mundo a tus pies”.
“Sin embargo, esa no es la sinfonía del universo. La vida tiene un
compromiso inexorable con la evolución. La evolución está relacionada
con la libertad y la plenitud del alma. Para librarse de las opresiones
mundanas se debe aprender a ser más con menos. Entre menos la persona
necesite más libre será. Esta es la ecuación de la libertad. El deseo de
tener genera dependencias y conflictos en función de cosas
innecesarias, olvidando en un rincón cualquiera la belleza de la
construcción del ser. Lo que te permite continuar el viaje no es el
tamaño de tu mansión o de la cuenta bancaria, sino la grandeza de tu
corazón”.
“El deseo desenfrenado por adquisiciones incesantes debilita la
existencia al crear una dependencia creciente que engaña con relación a
la conquista de la paz y de la felicidad. Bellos ornamentos externos no
siempre reflejan la verdad interna. Con frecuencia el lujo aparente sólo
esconde una enorme miseria esencial. El resultado son personas que usan
la arrogancia para mostrar el poder del que carecen, la fuerza interna
que no poseen. Alimentan el orgullo y la vanidad por la necesidad de
esconder, aún de sí mismos, toda la debilidad que sienten, como un
suntuoso palacio montado sin los cimientos fundamentales que lo hacen
vulnerable a la menor ventisca. Lo que engrandece al andariego no es el
número de países que ya visitó, sino el viaje profundo que hizo para
conocerse a sí mismo”.
“Modernamente los deseos del ego han creado un triste batallón de
sufridores y desesperados; establecidos en el mundo, mas perdidos en sí
mismos. Drogas en el intento de escapar de sí mismo; diversiones
escandalosas para acallar la voz silenciosa del corazón; lentes oscuros
para esconder los ojos de todos los ojos que revelan las heridas
abiertas del alma. Depresión, terapias, ansiolíticos, antidepresivos y
la ilusión de que podrán huir eternamente del espejo que mostrará, tarde
o temprano, la exacta fotografía del ser hambriento de luz”.
“Los deseos del ego hacen la existencia cada vez más pesada y
resbalosa, cuando en realidad necesitamos de la ligereza del alma para
que las alas puedan sostenernos sobre los precipicios de la existencia.
En el ápice de la plenitud pueden rasgarte la ropa, incendiar tu casa y
abandonar tu cuerpo en una cárcel insalubre. El alma plena continuará
intocable e inalcanzable. La plenitud es la cura a las fragilidades del
ego. Es la paz interna y eterna, tan poderosa que te sostendrá más allá
de las maldades y ofensas comunes del planeta”.
Le pregunté sobre las consecuencias al negarme a atravesar la puerta.
El Viejo se encogió de hombros, como quien dice no tener salida y
explicó: “Recuerda que el universo está conectado con tu evolución dada
la necesidad inevitable de expansión de todo el cosmos. No olvides que
eres parte del todo; por tanto, el todo está en ti. Esta es tu fuerza
así como tu compromiso. Entonces, en la secuencia de cada elección
vendrá un nuevo ciclo de aprendizaje. Suave o severo, siempre en justa
reacción a tus decisiones”.
“Al rehusar el perfeccionamiento las lecciones se van haciendo más
duras. Falencias, enfermedades y conflictos están íntimamente ligados a
la necesidad del ser en revaluar los propios conceptos. Dificultades
financieras tienen el poder de mostrar la riqueza de los valores nobles e
inmateriales de la vida; enfermedades suelen volverse una farmacia para
el alma; conflictos permiten ópticas y actitudes más certeras con
relación a la sabiduría y el amor necesarios para la felicidad. Son
situaciones que afectan directamente al ego; no obstante, perfeccionan
al alma hacia la libertad y la plenitud. Al final, acabamos sintonizando
el ego al ritmo del alma, entendiendo las oportunidades de
transformación ofrecidas. De la sombra se hace la luz. Sí, la vida es
siempre muy generosa. Lo que el ego salvaje llama desgracia, el alma
iluminada agradece por la gracia”.
Le pedí que me aconsejara en el caso concreto y me dijera qué hacer.
El Viejo arqueó los labios con una leve sonrisa, revelando toda su
bondad y dijo con voz suave: “No tengo la más mínima idea, Yoskhaz.
Administrar la vida ajena es un mero acto de ligereza y arrogancia. Cada
cual es su propio maestro y es absolutamente responsable por sus
elecciones. Solamente así nos es permitido avanzar”. Hizo una pequeña
pausa y dijo: “Analízate profundamente a ti mismo y a tus prioridades en
este momento. Sólo así conocerás la batalla para la cual ya estás
listo: enfrentar a tus parientes para defender un patrimonio que te
pertenece por derecho o abrir mano de esta discusión para concentrarte
en otras conquistas”. Levantó las cejas y dijo seriamente: “Cualqueira
que sea la decisión, será preciso perdón y compasión sobre todos los
involucrados para que las telarañas del sufrimiento y del resentimento
no apaguen la alegría y la ligereza al caminar. Entonces, escoge por
amor pues sólo el amor tiene ese poder”. Sus labios denotaron una linda
sonrisa y finalizó: “La puerta estrecha es aquella que revelará el
sendero hacia la libertad y la plenitud. Es la elección que traerá
transformaciones personales. Es el sendero que te permitirá que florezca
lo mejor que habita en el andariego, que aún está oculto”.
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