Caminaba por las montañas de Arizona junto a Canción Estrellada, el
chamán que tenía el don de usar la música para perpetuar la sabiduría de
su pueblo, cuando paramos en una pequeña planicie con una vista
encantadora. Él extendió su manto de colores en el suelo, encendió la
inconfundible pipa con hornillo de piedra roja y me pidió que preparara
la hoguera. Después entonó con su tambor de dos faces una sentida
canción ancestral en la cual pedía protección para nunca abandonar ‘el
lado asoleado del sendero’. Permanecimos un tiempo sin pronunciar
palabra, el cual no puedo precisar, como viajantes en el mundo de las
ideas hasta que el chamán quebró el silencio: “Hay muchos elementos en
la naturaleza que considero sagrados por el simbolismo que representan.
El nacimiento del sol por la importancia de la luz en nuestras vidas; el
vuelo del águila porque me enseña a ver todas las cosas desde lo alto;
las estrellas para recordar que existen otros mundos además de este; el
cambio de estaciones por la lección de la renovación de los ciclos; la
mariposa por hacerme ver que la oruga puede tener alas; el río para no
olvidar que todas las aguas un día llegan al mar. No obstante, nada me
encanta tanto como la semilla”. Dio una bocanada y prosiguió: “En fin,
hay lecciones por todas partes. Lo sagrado se mezcla con lo mundano a la
espera de ser revelado”. Cuando iba a interrumpirlo para preguntarle
sobre la semilla, la conversación cambió de curso. Él dijo: “Así como la
magia aguarda el momento del hechicero”.
Comenté que tenía cierta dificultad para entender lo que era esa
magia tan celebrada por magos y chamanes. Revelé que en la cultura
dentro de la cual me crié tal poder era tenido, por la mayoría, como
leyenda oriunda de antiguas creencias o historias de ficción. También
confesé que, como todos, siempre deseé poseer tal poder. Canción
Estrellada cerró los ojos, como hacía cuando sabía que la conversación
sería larga y explicó con su voz ronca: “Ese poder está al alcance de
cualquiera, somos todos hijos del Creador, sin ninguna distinción o
privilegio. El poder es de todos, basta aprender a usarlo”. Hizo una
pausa y dijo: “La magia es un estado alterado de la realidad. Presta
atención a situaciones, personas o lugares que nos dejan irritados,
agresivos o tristes; otras nos dan la sensación de calma, ligereza y
alegría. ¿No es así?”. Meneé la cabeza concordando. Él continuó: “Ese es
un tipo muy usual de magia. La palabra, por ejemplo, puede diseminar
discordia o sembrar paz. Esto nos vuelve hechiceros por el poder de
modificar el ambiente. Entonces cuando ese cambio nos ilumina y acoge se
hace sagrado. Definir el sentimiento que nos mueve influye en la
palabra y determina la magia, sutil o densa, acelerada o lenta, que nos
envolverá”. Hizo una pausa y continuó: “Por lo tanto, presta mucha
atención cada vez que abras la boca: tus palabras contienen el poder de
la transformación y, por consecuencia, definen qué tipo de hechicero
eres”.
“Todo en el universo es fusión y expansión”, dijo. Al percibir una
gran interrogación en mi expresión Canción Estrellada se adelantó y
explicó: “Todo lo que sucede en el universo se repite en nosotros. Como
todos somos uno, las leyes que rigen las estrellas también se aplican a
ti y a mi”. Dije que no estaba entendiendo y él aclaró con paciencia:
“Por ejemplo, las estrellas magnetizan las energías que las rondan,
ganan fuerza y, en agradecimiento, retribuyen en brillo de diversas
potencias. A su vez, de las energías que nos envuelven atraemos aquellas
con las que tenemos afinidad, las metabolizamos y, en seguida,
dependiendo del nivel de consciencia y capacidad amorosa, las
compartimos como luz o sombras”.
¿En sombras? Me pareció extraño. El chamán fue categórico: “Cada cual
ofrece lo que puede”. Lo interrumpí para saber como sería capaz de
determinar las energías que me imantan y reflejar tan sólo luz. Canción
Estrellada arqueó los labios, sonrió sutilmente y dijo: “A través de tus
elecciones, sólo ellas tienen tal poder. Hay estrellas que consiguen
iluminar y dar vida a toda una galaxia. Otras son agujeros negros que
absorben todo a su alrededor”.
El chamán dio una bocanada de la pipa y dijo: “No puedes olvidar que
la luz, en resumen, es la cohesión de muchas virtudes que no existen
aisladamente. Por ejemplo, la sabiduría necesita de amor para que esté
al servicio del bien; el amor necesita de la sabiduría para expandirse
en toda su amplitud, con inteligencia y justicia. El coraje se hace
indispensable para superar la inercia y las dificultades para que el
amor-sabiduría no sea apenas contemplativo. Finalmente, el bien debe ser
experimentado hasta que se funda en el alma. Al iluminarte a tí mismo
cumples la función de traer luz al mundo mediante tus elecciones”. Me
miró profundamente a los ojos y dijo: “Los mejores hechiceros son
aquellos que concentran su magia en transformarse a sí mismos”. Comenté
que me parecía egoísta. Canción Estrellada sacudió la cabeza y dijo:
“No, al contrario, ellos saben que sólo a través del perfeccionamiento
de la propia forma de ser, podrán iluminar los pasos de toda la gente.
Estos verdaderos magos, poco a poco, con gestos humildes, alteran toda
la realidad a su alrededor en ondas que se propagan hasta los confines
del universo”.
“Todo hechicero entiende la importancia del ceremonial mágico, que es
en realidad todo y cualquier ritual de transformación del ser. Muchos
se pierden en la fantasía de las ceremonias secretas en noches de luna
llena, alrededor de grandes hogueras en la invocación de espíritus
poderosos. Sí, estos rituales existen y tienen su valor. No obstante e
igualmente poderosos son los pequeños y casi imperceptibles ceremoniales
cotidianos donde, a menudo, desperdiciamos la oportunidad para sembrar
la mejor magia: un abrazo apretado a la hora de la agonía, una sonrisa
sincera para borrar la incertidumbre, una gentileza fácil en los
momentos difíciles, una delicadeza en los momentos conflictivos, una
palabra de esperanza ante el dolor, el perdón verdadero, el apaciguar
una pelea, una decisión por amor. En fin, todo aquello que sea capaz de
mantener en sí la llama fuerte de la luz y, si es posible, alterar el
ánimo de otra persona. Esto servirá de palanca para que ambos puedan
expandir la mente y fortalecer el corazón. Entonces, ocurre la
transformación personal. No te engañes, eso es magia pura”. Hizo una
pausa y concluyó: “Son algunos ejemplos sencillos que sólo los mejores
hechiceros aprovechan para modificar la realidad”.
El silencio volvió a imperar. Permanecí un tiempo que no puedo
precisar pensando en la simplicidad del poder y de la magia al alcance
de cualquiera, mientras muchos, en la búsqueda por el entendimiento
alquímico de la vida, aquel que transforma el plomo de la sombra en el
oro de la luz, se pierden por no desvendar las brumas de la ilusión. En
ese momento recordé que Canción Estrellada había dicho al inicio de
aquella conversación que para él nada era más emblemático que la
semilla. Cuestionado, el chamán agarró del suelo una pequeña semilla
proveniente de un enorme roble que, impávido a nuestro lado, parecía
bendecir la lección. El chamán explicó: “Repara en el minúsculo tamaño
de esta semilla comparado con la grandeza del arbol y observa cómo los
formatos se modifican durante el proceso de transformación. Imagina la
semilla de una manzana y recuerda las formas, los colores y el sabor de
la fruta; haz lo mismo con el perfume y la belleza de las flores.
¿Alcanzas a entender el poder de la luz que hay en ti?”. Apuntó hacia el
tronco del antiguo roble, el cual parecía una columna, después mostró
la frágil semilla y dijo: “El árbol más alto, la fruta más dulce o la
más bella flor no son más que una minúscula semilla que se permitió las
debidas transformaciones. Así sucede con la luz que nos habita. Como
hijos del Creador, traemos Su semilla en lo íntimo de nuestro ser. En
esencia, somos luz. Una semilla de luz nunca se pierde. Ella puede
demorar milenios en germinar pero su verdadero destino será,
inexorablemente, el del árbol que refresca en los días de calor, la flor
que adorna y perfuma la vida, la fruta que alimenta a la humanidad”.
Canción Estrellada fumó de la pipa y observó el humo danzar ante
nuestros ojos. Arqueó los labios en una leve sonrisa y finalizó: “La luz
que se manifiesta en ti a través de las infinitas transformaciones
define el tamaño de tus alas, la altura de tu vuelo y la distancia de tu
viaje. Es el único equipaje que podrás llevar en tu mochila sagrada, el
corazón. Permitir que la semilla de luz cumpla todo el ciclo de árbol,
flor, fruto y de nuevo semilla, es la magia más importante que le cabe a
todo y cualquier hechicero”.
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