sábado, 25 de marzo de 2017

La Magía de Encontrarse Consigo Mísmo



Canción Estrellada estaba sentado en la puerta de su tienda. Soltaba una bocanada de humo de su pipa. Era aquella hora en que el día se vuelve noche. El sol ya se había ido y la luna aún no había llegado. Yo me sentía cansado, había acabado de llegar de la ciudad y estaba bastante molesto con una serie de problemas personales. Hacía días andaba malhumorado. “Hay momentos en que dan ganas de desaparecer”, lamenté la suerte cuando pasé al lado del chamán. “Huir del mundo no te hará escapar de la vida”, me respondió con una sonrisa irónica. Me callé e intenté seguir. Apenas quería bañarme y dormir, pero él me mandó a sentar. “Hoy voy a enseñarte sobre la Puerta del Sur” dijo, y en seguida me pasó su pipa para que fumaramos juntos, en señal de confianza y respeto. Agarró su tambor de dos caras para marcar el ritmo de una sentida canción nativa. Cerré los ojos y me dejé envolver en aquel ambiente de paz. “En la Tradición del Camino Rojo, la Rueda de la Vida – o Rueda de Cura, pues la vida no es más que un infinito proceso de cura del espíritu, según la justa medida de su evolución – posee cuatro portales, representados por las direcciones magnéticas del planeta. Generalmente me gusta comenzar por el Este, en donde habitan los antepasados que aprendieron a cavalgar con el viento. No obstante, contigo voy a comenzar por el Sur”, explicó. Antes de que tuviese tiempo de preguntar el motivo me dijo: “Existe una necesidad urgente de que te desnudes del personaje que creaste en la vana ilusión de protegerte de todo y de todos; te engañas al intentar mostrar que eres fuerte, pues allí habita tu debilidad. Esto hizo con que hayas abandonado tu verdadera fuerza. Todo lo que no hace parte de nosotros, incomoda por inadecuación”.

La Vida Exige ligereza...

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“Cuanto menos necesito más libre soy. La libertad trae consigo la ligereza de espíritu”, me dijo un anciano y sabio chamán , sentado alrededor de una fogata una noche en la víspera de Pothlach. Canción Estrellada (era su nombre) -como fue conocido después que descubrió su don de iluminar el camino a las personas de su clan a través de la palabra, cantada o no, como una linterna de proa que muestra las olas que se acercan- me explicaba con paciencia la ceremonia del día siguiente, donde cada uno donaría un objeto de su estimación.
El desapego de los bienes materiales es un buen ejercicio para renovar ideas y conceptos que, a veces, al estar obsoletos, interfieren en nuestra jornada. La simbología del ritual consiste en que cada uno vea y entienda la necesidad de renovarse emocional, intelectual y espiritualmente. Al renunciar a algo que estamos apegados, aprendemos a transformar sentimientos y pensamientos que, al guardarlos inutilmente, se vuelven pesados e interfieren en nuestro caminar. Entendemos que todo puede ser diferente. La vida exige ligereza.
Para seguir adelante en el infinito y fantástico sendero de la vida tenemos que entender su flujo para que nunca se interrumpa, o nos volveremos amargados al percibir que los demás siguen el viaje mientras estamos atados al entretejido de cosas innecesarias.
“Ofrecer un objeto que no sea realmente valioso es manchar la propia dignidad, defraudar el ritual y a la vida. Es como fingir un sentimiento. Se puede engañar a un hermano, pero jamás engañamos al Universo, que como respuesta nos niega el permiso para proseguir hasta que el error sea reparado. Vivir es aprender, transformar, compartir y seguir. Compartir lo mejor de sí es la única forma de prepararse para las nuevas riquezas que la vida tiene para brindarnos”.
Estimular en sí mismo el deshacerse de un objeto valioso es preparar la transformación de la visión. Alinear los deseos primarios del ego con las necesidades sutiles del alma exige desapego y coraje, sabiduría y amor. Es pura luz.

Alquimistas Modernos



Uno de los grandes sueños de la humanidad, a través de los tiempos, ha sido transformar el hierro en oro. El otro es la imortalidad. Así, la humanidad ha atravesado los siglos alimentando la ambición de vivir para siempre, de manera ostentosa y sin el esfuerzo del trabajo cotidiano. Bastaría un pedazo de metal barato dentro del calderón en ebullición para  transformarlo en el producto más antiguo y precioso para que el mercado se enterara de la noticia. Castillos lujosos, comida en abundancia, todos los placeres para siempre.
Existe una buena cantidad de literatura medieval sobre aquellos científicos que sobrevivieron a las explosiones y al tiempo. Textos con criptografías próprias y en códigos para que apenas los iniciados en asuntos esotéricos fueran capaces de leer. Para algunos el motivo del secreto era resguardar la fórmula que garantizaría la transformación y la fortuna, pues si el valioso metal estuviera a disposición de todos perdería su noble valor. Para otros todo esto es una gran tontería.
El hombre vive a través de los siglos conforme su nivel de conciencia trayendo para sí las exactas experiencias esenciales de acuerdo con su aprendizaje. Culturas distintas se mezclan a propósito para aprender y enseñar entre sí. Como una cadena invisible, la humanidad crea eslabones de libertad y unidad.
La vida nos muestra que la evolución es hija de la transformación. El mundo se renueva y avanza con los cambios operados sobre su propio eje. Una sociedad o tribu apenas mejora su entendimiento sobre todas las cosas cuando cada uno de los miembros modifica verdaderamente su forma de ver y actuar sobre algo. Cualquier cambio impuesto más allá de las fronteras de la conciencia es frágil y pasajero.
En resúmen, desde siempre hemos entendido, o deberíamos entender, el valor de las transformaciones o la esencia alquímica.
Falta decodificar la piedra filosofal y el elixir de la vida.
Los alquimistas siempre tuvieron fama de ser sujetos extraños e inteligentes. O, por qué no, locos. Pienso que continúan siendo así, al menos los verdaderos alquimistas. Por qué titularían de piedra filosofal el secreto que transforma el hierro en oro? Por qué usar el término filosofía en una cuestión puramente financiera o científica?

domingo, 19 de marzo de 2017

El Problema no es el Problema...






El problema no es el problema, se trata mas bien de la incapacidad de proseguir ante la adversidad. Es la pérdida ante la posibilidad de  transformación, una decisión puramente interna, que depende solamente de uno mismo.
Tú tendrás dos interlocutores durante el proceso: el ego que te hará sentir agraviado, para asegurarse de que no era digno de acontecimientos difíciles y aplicará la más insalubre prisión: la victimización. Por otro lado tenemos el alma, el espíritu eterno que somos, que ansia la evolución y que sabe que la covardia no cambia la realidad.
La dificultad es grave? Muerte, enfermedades con secuelas irreversibles, amores que se van, quiebras dolorosas… Y entonces?… Imposible revertir la situación externamente? Puede ser la Vida misma mostrándonos que los cambios deben hacerse internamente.
No, no es fácil y nadie afirma lo contrario.
Hablas así porque no sucedió contigo, gritarían muchos. No lo fue, o por lo menos no de esta vez. Todos, sin excepción, enfrentarán sus batallas.
Cada uno tiene los problemas en la exacta medida y según la necesidad de su evolución. El ego de quien sufre tiene una enorme dificultad para entender esto. Al final todos somos buenos y casi perfectos, no es así? Si y no. Todos caminamos hacia la plenitud, sin embargo el camino es largo y se vuelve tortuoso en la medida en que el caminante insiste en pisar mal. La falta de entendimento sobre la manera correcta de andar hace que el viaje sea más difícil y demorado. Quieres cambiar el camino? Basta cambiar la manera de caminar. Entiende que durante la travesía puedes arrastrarte o volar y esta elección sólo a ti corresponde. Pies o alas? Es necesario entender, evolucionar y transformarse a sí mismo. Las tradiciones chamánicas, que buscan la sabiduría en la naturaleza, lo llaman la lección de la mariposa. El poder está dentro de ti.
Así de simple? Si y no.

sábado, 18 de marzo de 2017

La Cura por la Verdad




Los pueblos nativos americanos, adeptos al chamanismo, tienen un símbolo sagrado llamado “Rueda de Cura o Rueda de la Vida”. No en vano entienden que vivir es un proceso infinito de cura; transitar en belleza por el infinito camino de la vida, según palabras de un anciano Navajo. El símbolo tiene la sagrada misión de recordarnos que, a través de nuestras relaciones, vamos a encontrar el remedio o el veneno para nuestros dolores. En la medida en que aprendemos quiénes somos y pacificamos  nuestra convivencia con todo y con todos avanzamos un aro en la Rueda de la Vida. Nos volvemos más fuertes para seguir adelante.
Cierta vez oí de un sabio monge tibetano que el Budismo no era religión, ni tampoco filosofía. El Budismo es convivencia social, aclaró, pues toda teoría sólo tendrá algún valor si se aplica en las relaciones cotidianas. Conocimiento que no es vivido es como pan en la vitrina que aunque llena los ojos, no sacía el hambre.
La vida no es más que un proceso continuo de cura. La razón de vivir es puramente cicatrizar las heridas emocionales, extirpar tumores sicológicos, sanar dolores afectivos. Sólo así seremos plenos, verdaderamente felices. Antiguas y actuales relaciones a menudo hieren y maltratan de tal manera que, si lo permitimos, el sufrimiento se instala como si allí fuera su casa eterna. Todos los que pasan por nuestras vidas, en mayor o menor grado de intensidad, son nuestros maestros pues traen situaciones, agradables o no, que permitirán florescer lo mejor que hay en nosotros, desde que tengamos coraje, sabiduría y amor para buscar las respuestas en la fuente de toda verdad. Esta luz está dentro de ti. No es fácil y no siempre el primer encuentro es agradable, ya que com frecuencia usamos el artificio de la ilusión para personificar quién quisiéramos ser, con la vana esperanza de que esto atenue nuestros dolores. Es la mentira que nos contamos a nosotros mismos lo que nos impide la cura. Es indispensable despojarse del personaje social que creamos, que al ser irreal, atrasa nuestro encuentro con la verdad, retardando el deseado tren rumbo a las tierras altas de la plenitud. Para ser feliz es necesario ser todo. Ser todo solamente es posible si viajamos en el vagón de la verdad.

jueves, 16 de marzo de 2017

El arte de estar suspendido en el aire



Cuando entré a la Orden tenía la errónea idea de que la vida en el monasterio era solamente contemplativa, alejada de todas las impurezas del mundo como manera de mantener a los monjes puros. Aunque había un periodo inicial de recogimiento para la adecuada iniciación, de mucho estudio y meditación, pronto éramos enviados de vuelta al mundo como método eficaz de conocimiento y perfeccionamiento de sí mismo. El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, solía decir que “lo sagrado no está separado de lo mundano, sino oculto en él”. Es en la convivencia común de lo cotidiano que podemos entender mejor nuestras reacciones y las asperezas que aún nos hace sangrar. Limarlas es el perfeccionamiento necesario; el perfeccionamiento lleva a la transformación; la transformación se traduce en evolución. Los periodos de soledad y reflexión son tan fértiles como las fases de convivencia social o profesional. En verdad, son partes distintas de una misma clase. Ellas se diferencian para complementarse.
En aquella época, cada vez que regresaba al monasterio llegaba muy afligido emocionalmente. Esa vez no fue diferente. A pesar de que la Orden costeara sus propios gastos con los famosos chocolates artesanales confeccionados en una de sus cocinas y vendidos para apreciadores que aguardaban en larga fila de espera, la OEMM es una orden esotérica que tiene entre sus premisas el valor del trabajo y la independencia financiera de sus monjes, como son denominados sus miembros. Por esto, todos tienen empleos, son profesionales liberales o empresarios. Hasta el mismo Viejo viajaba bastante para dar conferencias en muchos lugares. Ir al mundo siempre renueva y trae un buen y rico material para el estudio de sí mismo. Aquella vez había sido peor. Yo estaba muy tenso. Mi firma tenía fuerte competencia por nuevas empresas que prometían más por menos y el mercado se mostraba receptivo a ellas. La quiebra era el miedo que estaba al acecho. El Viejo percibió mi irritación y dispersión. Yo le expliqué lo que sucedía. Él dijo: “Si diste lo mejor tan sólo aguarda la respuesta del universo con serenidad”. Aquellas palabras me irritaron pero me controlé y le dije que no tenía la menor duda de haber hecho todo lo posible. Le expliqué que mi desequilibrio era grande y en el monasterio sería más fácil apaciguar el corazón. El monje meneó la cabeza demostrando que entendía. El Viejo me dijo con calma: “Aunque algunos lugares sean centros de anclaje de energía, no es necesario ir a ningún lugar para conversar con la propia alma. Para encontrarte contigo mismo el silencio es el mejor lugar”. Le dije que estaba tenso y que mis noches eran mal dormidas. El Viejo cerró los ojos como si buscara algo en las gavetas de la memoria y recitó un pequeño poema: “Aprende a confiar en lo que está sucediendo. Si hay silencio deja que aumente, algo surgirá. Si hay tempestad, déjala rugir, ella se calmará”.

sábado, 11 de marzo de 2017

Las herramientas de la luz...




El sol aún no había nacido cuando llegué a la pequeña y elegante ciudad localizada en la falda de la montaña que abriga al monasterio. Había aprovechado que un camión de entrega me llevara hasta allí y vagaba sin rumbo por las calles estrechas y sinuosas, adornadas con un bello piso de piedra. La humedad del rocío reflejaba la luz centelleante del alumbrado de la ciudad, componiendo un bonito escenario. El ruido de mis pasos maculaba el imperioso silencio en aquella hora de la madrugada. Decidí arriesgar y caminé hasta el taller de Lorenzo, el zapatero amante de los vinos y de los libros; los tintos y los de filosofía eran sus preferidos. Remendar el cuero era su oficio; coser ideas, su arte. La tienda del artesano era famosa por los horarios improbables e inconstantes de funcionamiento. Cuando giré en la esquina, a la distancia divisé su clásica bicicleta recostada en el poste. Percibí que aquel sería un buen día. Fui recibido con la alegría habitual y prontamente estábamos sentados con dos tazas humeantes de café sobre el mostrador. Le dije que precisaba desahogarme y conversar un poco, pues me veía ante una delicada situación: en un viaje reciente a una gran metrópoli donde fui a acompañar al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, en un ciclo de conferencias que él impartió dentro de una universidad, vi a la esposa de un primo en una clara situción extraconyugal. Ella, al percibir que yo había presenciado la escena, me buscó para que no revelase nada. Me contó que era un caso antiguo y mal resuelto que necesitaba ser aclarado dentro de ella. Adicionó que amaba a mi primo y que no quería destruir la familia que había construído con él y con los dos hijos de la pareja. Además dijo que al solucionar el enigma en su corazón estaría segura de ser una esposa mucho mejor. Me pareció que hablaba con sinceridad. De hecho, ella y mi primo, con los hijos, parecían formar una familia feliz. No obstante, la omisión muchas veces es casi una mentira. Contar o no contar, éste era mi dilema pues yo tenía un compromiso conmigo mismo de ser siempre honesto, no abandonar la verdad y nunca distanciarme de la buena moral.