martes, 9 de octubre de 2018

¿Qué ocurrió en el Concilio de Nicea?

¿Qué ocurrió en el Concilio de Nicea?

La estructura de esta entrada va ser algo distinta a otras de este blog. La razón de esta diferencia es que mi objetivo aquí no es el de dar un recuento exhaustivo de lo ocurrido en el famoso Concilio de Nicea (existen excelentes libros para ello), sino el de rebatir ciertos “mitos” populares que abundan en el internet y redes sociales sobre qué ocurrió realmente en ese concilio.

Empezaré con una lista de “mitos” sobre el Concilio de Nicea que en mi experiencia son los más comunes y daré una breve explicación de por qué están errados. Luego, daré un resumen de lo que realmente ocurrió en ese concilio.

Mitos sobre el Concilio de Nicea

Los “mitos” que trataré aquí son:
  • En este concilio se redactaron los cuatro evangelios canónicos,
  • En este concilio se eligieron los evangelios que serían oficiales,
  • En este concilio se declaró la divinidad de Jesús,
  • En este concilio se declaró que el cristianismo sería la religión oficial del Imperio Romano.

1. En este concilio se redactaron los cuatro evangelios canónicos


Es verdad que hoy en día los investigadores modernos son unánimes en afirmar que los cuatro evangelios canónicos no fueron escritos por Mateo, Marcos, Lucas o Juan. Sin embargo, es absolutamente falso decir que estos fueron escritos en ese concilio (o en una fecha cercana a este). El Concilio de Nicea ocurrió en el año 325 d.C. y el consenso académico moderno es que los cuatro evangelios fueron redactados entre los años 70 d.C y el 120 d.C.
En efecto, es imposible que estos evangelios hayan sido redactados tan tardíamente porque estos ya figuran citados en una enorme cantidad de textos muy anteriores a esa fecha. Los evangelios son citados por Ignacio de Antioquía, Justino Mártir, Origen, Tertuliano, Hipólito, Ireneo de Lyon, entre muchos otros. Incluso el escritor pagano Celso (Siglo II) empleó los evangelios en su ataque contra el cristianismo.
Ahora bien, uno puede quizá estar tentado a decir que estos otros textos también fueron falsificados como parte de una conspiración imperial. Sin embargo, esto es increíblemente improbable no solo en términos de ejecución práctica sino por motivos ideológicos. En efecto, muchos de estos textos articulan ideas que serían luego vistas como inapropiadas teológicamente o incluso heréticas. Las teorías de Origen (Siglo III) respecto a cristología, por ejemplo, son incompatibles con la ortodoxia post-Niceana. ¿Por qué los miembros del concilio falsificarían textos que contradicen sus propias posturas teológicas?

2. En este concilio se eligieron los evangelios que serían oficiales

Esta hipótesis es a primera vista más plausible, pero es totalmente falsa. La canonicidad de los cuatro evangelios no fue nunca debatida en ese concilio porque para ese momento todos los presentes simplemente daban por hecho que Mateo, Marcos, Lucas y Juan eran los únicos evangelios autoritativos. Un poco de contexto histórico nos deja claro por qué.
Si bien es verdad que el cristianismo primitivo estuvo marcado en sus orígenes por una enorme diversidad de grupos que sostenían teologías incompatibles (ej.: gnósticos, marcionistas, judeo-cristianos, valentinianos etc.) lo cierto es que para el Siglo IV uno de esos grupos ya era claramente el dominante. Ese grupo, al cual los expertos denominan proto-ortodoxos, es la “versión” del cristianismo a la cual se convirtió el Emperador Constantino y de la cual el cristianismo moderno evolucionó. El Concilio de Nicea estaba compuesto 100% de cristianos proto-ortodoxos y lo que se debatió en él fueron puntos estrictamente internos a la teología proto-ortodoxa. No había, por ejemplo, gnósticos o cristianos-judíos en ese concilio. A pesar que estos cristianismos alternativos todavía existían en varias regiones del Imperio (o incluso escondida dentro de la misma Iglesia proto-ortodoxa) lo cierto es que para ese momento ellos ya habían perdido la batalla ideológica.
Ahora bien, eso es relevante porque internamente ese grupo, los proto-ortodoxos, ya habían resuelto qué evangelios eran autoritativos para ellos mucho antes del Concilio de Nicea. En efecto, ya la obra de Ireneo de Lyons “Contra todas las Herejías” y el fragmento Muratorio, ambos redactados por proto-ortodoxos a finales del Siglo II (∼180 d.C) indican que solo Mateo, Marcos, Lucas y Juan son autoritativos (incidentalmente, esa también parece ser la época en el que esos evangelios se atribuyeron a esos autores). En otras palabras, la pregunta de qué evangelios son autoritativos era un tema que ya había sido resuelto internamente por los proto-ortodoxos mucho antes de convertirse en la forma de cristianismo dominante y muchísimo antes de ser favorecidos por el Emperador Constantino en el Siglo IV.

3. En este concilio se declaró la divinidad de Jesús

Esto es simplemente falso. Todos en el concilio aceptaban que Jesús fue un Ser Divino que existió desde la creación y que se encarnó en forma humana. Incluso el “hereje” Arrio, cuyas doctrinas fueron condenadas en ese concilio, nunca puso en duda ni la prexistencia ni divinidad de Cristo (como veremos más adelante). La razón es la misma que ya mencioné: el concilio fue un debate interno entre proto-ortodoxos.
Es verdad que muchos grupos cristianos en la antigüedad sostuvieron que Jesús no era divino, sino que fue un ser humano “ordinario” que gozó de un especial favor de Dios (es probable que esa haya sido la postura del autor del Evangelio de Marcos). Sin embargo, otros cristianos primitivos sostuvieron que Jesús fue un Ser Divino que vino a este mundo. Evidencia de esa postura se pueden detectar, por ejemplo, en la Carta de Pablo a los Filipenses (Fil 2:5-11) y el Evangelio de Juan (Juan 1:1-14). Algunos grupos cristianos, como los Marcionistas, incluso creían que Jesús era tan divino que no tuvo un cuerpo tangible, sino que solo “apareció” ser humano.
Los proto-ortodoxos sostuvieron una postura “intermedia”. Ellos insistían que Jesús fue un Ser Divino encarnado en un cuerpo humano real y tangible. Jesús fue simultáneamente humano y divino. Esta postura ya había sido adoptada firmemente por ellos mucho antes del Concilio de Nicea. Sin embargo, los proto-ortodoxos tenía dificultades en ponerse de acuerdo respecto a que exactamente querían decir con esa naturaleza divina que atribuían a Jesús. El Concilio de Nicea, como veremos, realmente versó precisamente sobre esa dificultad.

4. En este concilio se declaró al cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano

El Concilio de Nicea versó exclusivamente sobre temas teológicos y de naturaleza eclesiástica. Nunca hubo un pronunciamiento respecto a que religión sería la “oficial” del Imperio Romano. En realidad, es incorrecto decir que Constantino o cualquier emperador haya hecho del cristianismo una religión oficial ya que el concepto de “religión oficial” simplemente es un concepto ajeno esa época. El emperador que más se acercó a “oficializar” el cristianismo no fue Constantino sino Teodosio I (347 d.C -395 d.C) quien prohibió varios ritos paganos y destruyó algunos de sus templos.





Ahora bien, ¿qué hizo entonces Constantino? Por un lado, mediante el edicto de Milán (313 d.C) Constantino instituyó una política de tolerancia religiosa a través del Imperio, prohibiendo cualquier tipo de persecución por motivos religiosos (cosa que favorecía al cristianismo). Constantino de hecho no fue el primero en promulgar un edicto de tolerancia, ya que el Emperador Galerio había dictado uno similar poco antes (311 d.C). Por otro lado, Constantino intentó dar fin a las intensas disputas internas del cristianismo proto-ortodoxo mediante la convocación de un concilio ecuménico: el Concilio de Nicea.

Todo parece indicar que Constantino ingenuamente pensó que las diferencias teológicas dentro de la Iglesia eran triviales y podían resolverse fácilmente. Estaba equivocado. En efecto, contrario a lo que normalmente se cree, el Concilio de Nicea no “unificó” al cristianismo ni lo pacificó, sino que en realidad creó más división y tensión dentro de la cristiandad. Lejos de ser un instrumento útil para la política de unificación Imperial de Constantino, el concilio tuvo el efecto opuesto al que él buscaba: crear más división.

¿Qué ocurrió en el Concilio de Nicea?

Ahora bien, habiendo dispensado de los mitos más comunes respecto a este concilio, vale la pena preguntarnos qué fue lo que realmente ocurrió en él.

Antecedentes

Como mencioné, pese a que todavía existía una diversidad de cristianismos el Imperio Romano, lo cierto es que el denominado cristianismo proto-ortodoxo para aquella época ya era la forma de cristianismo dominante y el tipo de cristianismo al cual se convirtió Constantino, motivo por el cual ese concilio versó exclusivamente sobre disputas internas a esa forma de cristianismo. Nunca se debatieron que evangelios leer, cuantos dioses existían, si había que seguir la Ley Mosaica, o si Jesús era humano o divino, ya que esos debates estaban internamente resueltos dentro de ese grupo desde mucho antes.
Sin embargo, dentro de esta forma de cristianismo todavía existían muchos puntos teológicos que estaban sin resolver. Uno de los más problemático era como articular correctamente la relación entre el Padre y el Hijo. Todos los proto-ortodoxos estaban de acuerdo que Jesús era un ser divino que tomó forma humana. De hecho, todos estaban de acuerdo no solo que Jesús había existido desde antes de la creación, sino que él era el responsable de la creación misma del universo, siendo que Jesús era el divino Verbo por el cual Dios creo todo.
Sin embargo, no estaba claro si el Hijo era “igual” al Padre o si el Padre era de alguna forma superior. Por un lado, había quienes sostenían que el Hijo, pese a ser divino, era subordinado al Padre. En efecto, ellos sostenían que el Padre creó al Hijo, y que luego el Hijo fue el que creó el resto del universo. Por otro lado, había quienes sostenían que el Padre y el Hijo existían en un plano de igualdad y que el Hijo nunca fue creado, sino que existió junto al Padre desde la eternidad.

El conflicto entre ambos bandos finalmente estalló a raíz de una disputa entre Arrio, presbítero de Alejandría y el obispo de la región, Alejandro. Alejandro pidió a Arrio su interpretación de un pasaje del Antiguo Testamento (no se sabe exactamente cual, pero probablemente fue Proverbios 8). La interpretación dada por Arrio implicaba que el Padre había creado en su momento al Hijo, por lo que no había igualdad entre ambos. Esta respuesta fue inaceptable para Alejandro, quien después de una disputa excomulgó a Arrio y sus seguidores. Estos no se quedaron de brazos cruzados, sino que viajaron a Palestina donde encontraron el apoyo de varios líderes de la iglesia y teólogos reconocidos, incluyendo al famoso Eusebio de Cesárea. Esto desencadenó una crisis. Si queda alguna duda de cual era realmente la doctrina de Arrio, basta con leer sus propias palabras describiéndola, por ejemplo, en su carta dirigida a Alejandro:
“Conocemos un único Dios, único inengendrado, único eterno, único sin principio, único verdadero, […] el cual ha engendrado al Hijo unigénito antes de los tiempos eternos, por medio del cual ha hecho los siglos y todas las cosas; engendrado, pero no en apariencia, sino en verdad, porque lo ha hecho subsistir por propia voluntad, inmutable e inalterable, creatura perfecta del Dios, pero no como una de las criaturas; engendrado, pero no como uno de los engendrados.
(…)
Sino que, como decimos, por voluntad de Dios, antes de los tiempos y antes de los siglos, [el Hijo] ha sido creado, y ha recibido del Padre la vida, el ser y la gloria, dado que el Padre lo ha hecho subsistir junto con él (Urkunde 6. 2-3).”
En efecto, debe quedar claro  que la doctrina de Arrio nunca fue, como a veces se dice, la de creer que Jesús era un simple humano. Arrio creía que Jesús era el Hijo encarnado, y que el Hijo había existido desde antes de la Creación misma. El conflicto con Alejandro versaba, entonces, si ese Hijo había sido creado o si al contrario era co-eterno con el Padre.
Es importante insistir que Arrio no fue el primero en proponer que el Hijo fue creado por el Padre y era subordinado a Él. En efecto, podemos detectar posturas similares en escritos proto-ortodoxos anteriores a Arrio, como por ejemplo en Justinio Mártir:
Te daré otro testimonio, amigo mío, de las Escrituras que Dios engendró antes de todas las criaturas un Principio, que era un cierto poder racional procediendo de Él mismo, el cual es llamado por el Espíritu Santo a veces la Gloria del Señor, a veces el Hijo, a veces Sabiduría, a veces un Ángel, a veces Dios, a veces Señor y Logos (…). Pues Él puede ser llamado por todos estos nombres ya que Él atiende a la voluntad del Padre, y porque este fue engendrado del Padre por un acto de voluntad (…). (Diálogo con Trifón, LXI)
Y también, por ejemplo, en los escritos de Tertuliano:
Porque el Padre es toda la sustancia, mientras el Hijo es una derivación y una parte de la totalidad como Él mismo reconoce: – “el Padre es mayor que yo”- [Juan 14:28]. En el Salmo, su inferioridad es descrita como siendo “poco menor que los ángeles” [Sal. 8:5]. Así que el Padre es distinto al Hijo al ser mayor que el Hijo, ya que el que engendra es uno, y el que es engendrado es otro (…). (Contra Praxeas IX)
Es esencial notar que tanto Justinio Martir como Tertuliano eran (y todavía son) venerados como grandes Padres de la Iglesia (es decir, como grandes fundadores del cristianismo proto-ortodoxo). En efecto, la “herejía” de Arrio no consistió en crear una doctrina nueva, sino la de aferrarse a una perspectiva teológica que, si bien fue aceptable en su momento, ahora era vista como problemática. Si la doctrina de Arrio hubiese sido articulada un siglo antes, no hubiese ofendido a nadie.
Es incorrecto entonces creer que Arrio haya sido realmente el “fundador” del Arrianismo. La perspectiva de Arrio, que el Hijo es una criatura subordinada al Padre, era una perspectiva que era compartida por un numero importante de proto-ortodoxos del Siglo IV sin que ellos hayan sido influenciados por Arrio. En efecto, de las propias palabras de Arrio y sus seguidores se desprende el hecho que ellos no creían haber creado doctrina nueva alguna, sino más bien al contrario eran ellos los que defendían la verdadera ortodoxia. Basta ver, por ejemplo, el encabezado de la carta que Arrio le escribió a su aliado ideológico Eusebio de Nicomedia:
A ese hombre amado por Dios, el fiel y ortodoxo Eusebio, de Arrio, injustamente perseguido por padre Alejandro debido a esa verdad invencible a la que tu, Eusebio, también defiendes. (Urkunde 1.1)

El Concilio

Como mencioné, parece ser que Constantino simplemente no entendía la magnitud del problema que tenía entre manos. Para Constantino, quien recientemente había abandonado el paganismo, la diferencia entre la postura de Arrio y la de Alejandro hubiese parecido trivial. Constantino no iba a permitir que un pequeño detalle tonto divida a su Imperio. En el paganismo las disputas teológicas eran prácticamente inexistentes, por lo que el recientemente convertido Emperador cristiano probablemente era todavía demasiado ingenuo para entender lo terribles y acrimoniosos que podían ser los debates entre cristianos.
Siguiendo el consejo de varios líderes de la Iglesia, Constantino convocó a un concilio ecuménico (es decir “universal”) para encontrar una solución. La crisis causada por Arrio sería el tema más importante y urgente a discutir, pero otros también fueron incluidos en la agenda, incluyendo la fecha correcta para la celebración de Pascua, la solución a otra crisis (menor) causada por Meletiano de Lycopolis, así como varios temas relacionados con la estructura eclesiástica y liturgia. Constantino invitó a 1800 obispos de todas partes del Imperio Romano a reunirse en la ciudad de Nicea, en la actual Turquía. Sin embargo, asistieron solo 318.



Los obispos que asistieron al concilio fueron casi todos contrarios a la postura de Arrio. En efecto, de los 318 reunidos solo 20 se opusieron a la formulación de un credo anti-Arriano, el cual sirvió de base para el Credo Niceno que todavía hoy en día se recita en las misas. De esos 20 obispos, Constantino obligó a 17 a cambiar su postura y apoyar el credo. Los únicos tres que no dieron su apoyo fueron el propio Arrio y dos obispos de Lybia, los cuales fueron exiliados.

Las secuelas

Sin embargo, a pesar que Arrio y sus seguidores perdieron la batalla no perdieron todavía la guerra. Contrario a las expectativas de Constantino, el Concilio de Nicea no trajo paz a la cristiandad, sino que acentuó el conflicto. La perspectiva de Arrio no desapareció, sino que siguió siendo extremadamente popular. En efecto, emperadores posteriores incluyendo al propio hijo de Constantino, Constancio II, fueron favorables al Arrianismo y buscaron formas de revertir la decisión tomada en Nicea. Es incluso probable que la perspectiva de Arrio haya sido por momentos la mayoritaria durante las décadas después del concilio. Es por ese motivo que Jerónimo, escribiendo en el año 379 d.C (es decir, más de cincuenta años después del concilio) se lamenta:
“(…) La fe Nicena se halló condenada por aclamación. El mundo entero gimió y se horrorizó de verse a sí mismo Arriano. (Dialogo contra Luciferinos, 19)
 Fue solo en el Concilio de Constantinopla, celebrado en el 381 (es decir, dos años después del lamento de Jerónimo) que la decisión de Nicea fue finalmente ratificada y el Arrianismo finalmente marginalizado.








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