Los Cataros
Catarismo
Cruz cátara, también cruz de Occitania.
El catarismo es la doctrina de los cátaros (o albigenses),
un movimiento religioso de carácter gnóstico que se
propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, y
logró arraigar hacia el siglo XII1 entre los habitantes del
Mediodía francés, especialmente en el Languedoc, donde
contaba con la protección de algunos señores feudales
vasallos de la corona de Aragón.
Con influencias del maniqueísmo en sus etapas pauliciana y bogomila, el
catarismo afirmaba una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaba la salvación
mediante el ascetismo y el estricto rechazo del mundo material, percibido por los cátaros
como obra demoníaca.
En respuesta, la Iglesia católica consideró sus doctrinas heréticas. Tras una tentativa
misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el
apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación violenta a partir de 1209
mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en
la clandestinidad y se extinguió poco a poco.
Etimología
El nombre «cátaro» viene probablemente del griego καθαρός (katharós): ‘puro’. Otro
origen sugerido es el término latino cattus: ‘gato’, el alemán ketter asociado habitualmente
por la Iglesia a "adoradores del diablo en forma de gato" o brujas y herejes. Una de las
primeras referencias existentes es una cita de Eckbert von Schönau, el cual escribió acerca
de los herejes de Colonia en 1181: «Hos nostra Germania cátharos appéllat».
Los cátaros fueron denominados también «albigenses». Este nombre se origina a finales del
siglo XII, usado por el cronista Geoffroy du Breuil of Vigeois en 1181, y se refiere a la
ciudad occitana de Albi (la antigua Álbiga), pero esta denominación no parece muy exacta,
puesto que el centro de la cultura cátara estaba en Toulouse y en los distritos vecinos. Tal
vez, por considerarse puros, se autodenominaban albinos, que tendría su origen en la raíz
alb, que significa blanco, de la que derivan nombres como Albania. También recibieron el
nombre de «poblicantes», siendo este último término una degeneración del nombre de los
paulicianos, con quienes se les confundía.
Además era llamada «la secta de los tejedores» por el hecho de ser los tejedores y
vendedores de tejidos sus principales difusores en Europa occidental.
Orígenes
El catarismo llegó a Europa occidental desde Europa oriental a través de las rutas
comerciales, de la mano de religiones maniqueas desalojadas por Bizancio. Estas religiones
se asentaron en Occidente y se propagaron por distintos países. Por ello, los albigenses
recibían también el nombre de búlgaros (Bougres) y mantenían vínculos con los bogomilos
de Tracia, con cuyas creencias tenían muchos puntos en común y aún más con la de sus
predecesores, los paulicianos. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de sus
doctrinas, ya que existen pocos textos cátaros. Los pocos que aún existen (Rituel cathare de
Lyon y Nouveau Testament en provençal) contienen escasa información acerca de sus
creencias y prácticas.
Los primeros cátaros propiamente dichos aparecieron en Lemosín entre 1012 y 1020.
Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad languedociana de Toulouse en 1022.
La creciente comunidad fue condenada en los sínodos de Charroux (1028) y Tolosa (1056).
Se enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin
embargo, los cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la protección dispensada por
Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de la nobleza occitana.
El pueblo estaba impresionado por los Perfectos y por la predicación antisacerdotal de
Pedro de Bruys y Enrique de Lausanne en Périgord.
Creencias
Las raíces de la creencia cátara proceden del gnosticismo y del maniqueísmo. En
consecuencia, su teología era dualista radical, basada en la creencia de que el universo
estaba compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual creado por Dios y
otro material forjado por Satán.
Los cátaros creían que el mundo físico había sido creado por Satán, a semejanza de los
gnósticos que hablaban del Demiurgo. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no
identificaban al Demiurgo con el Diablo, probablemente porque el concepto del Diablo no
era popular en aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular durante la
Edad Media.
Según la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y
almas. El Diablo creó el mundo material, las guerras y la Iglesia católica. Esta, con su
realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era según los cátaros una
herramienta de corrupción.
Para los cátaros, los hombres son una realidad transitoria, una «vestidura» de la simiente
angélica. Afirmaban que el pecado se produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la
carne. La doctrina católica tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por la
carne y contagia en el presente al hombre interior, al espíritu, que estaría en un estado de
caída como consecuencia del pecado original. Para los católicos, la fe en Dios redime,
mientras que para los cátaros exigía un conocimiento (gnosis) del estado anterior del
espíritu para purgar su existencia mundana. No existía para el catarismo aceptación de lo
dado, de la materia, considerada un sofisma tenebroso que obstaculizaba la salvación.
Los cátaros también creían en la reencarnación. Las almas se reencarnarían hasta que
fuesen capaces de un autoconocimiento que les llevaría a la visión de la divinidad y así
poder escapar del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar del
ciclo era vivir una vida ascética, sin ser corrompido por el mundo. Aquellos que seguían
estas normas eran conocidos como Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos de
los apóstoles, con facultades para anular los pecados y los vínculos con el mundo material
de las personas.
Negaban el bautismo por la implicación del agua, elemento material y por tanto impuro, y
por ser una institución de Juan Bautista y no de Cristo. También se oponían radicalmente al
matrimonio con fines de procreación, ya que consideraban un error traer un alma pura al
mundo material y aprisionarla en un cuerpo. Rechazaban comer alimentos procedentes de
la generación, como los huevos, la carne y la leche (sí el pescado, ya que entonces era
considerado un "fruto" espontáneo del mar).
Siguiendo estos preceptos, los cátaros practicaban una vida de férreo ascetismo, estricta
castidad y vegetarianismo. Interpretaban la virginidad como la abstención de todo aquello
capaz de “terrenalizar” el elemento espiritual.
Vista del Castillo de Montségur, fortalezasantuario
del catarismo.
Otra creencia cátara opuesta a la doctrina católica
era su afirmación de que Jesús no se encarnó, sino
que fue una aparición que se manifestó para
mostrar el camino a Dios. Creían que no era
posible que un Dios bueno se hubiese encarnado
en forma material, ya que todos los objetos
materiales estaban contaminados por el pecado.
Esta creencia específica se denominaba docetismo. Más aún, creían que Dios, tal como se
lo describe en el Antiguo Testamento, era realmente el Diablo que había creado el mundo;
así lo señalaban también a sus cualidades («celoso», «vengativo», «de sangre») y sus
actividades como «Dios de la Guerra». Los cátaros negaban por ello la veracidad del
Antiguo Testamento.
El consolamentum era el único sacramento de la fe cátara, con excepción de una suerte de
Eucaristía simbólica, el Melioramentum, sin transubstanciación (si Cristo era una entidad
exclusivamente espiritual, no encarnada, el pan no podía convertirse en el cuerpo de
Cristo).
Los cátaros también consideraban que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a
las personas con el mundo material.
Castigo a los cátaros
En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el
progreso de los cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo de Claraval no pudieron
ocultar los pobres resultados de la misión ni el poder de la comunidad cátara en la Occitania
de la época. Las misiones del cardenal Pedro (de San Crisógono) a Tolosa y el Tolosado en
1178, y de Enrique, cardenal-obispo de Albano, en 1180-1181, obtuvieron éxitos
momentáneos. La expedición armada de Enrique de Albano, que tomó la fortaleza de
Lavaur, no extinguió el movimiento.
Las persistentes decisiones de los concilios contra los cátaros en este periodo —en
particular, las del Concilio de Tours (1163) y del Tercer Concilio de Letrán (1179)—
apenas tuvieron mayor efecto. Cuando Inocencio III llegó al poder en 1198, resolvió
suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe del IV Concilio de Letrán.
Esfuerzos pacíficos para combatir la doctrina cátara
Santo Domingo y los albigenses de Pedro Berruguete.
A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más real de que
Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante
una cruzada provocó un cambio muy importante en la política
occitana: la alianza de los condes de Tolosa con la Casa de
Aragón. Así, si Raimundo V (1148-1194) y Alfonso II de
Aragón (1162-1196) habían sido siempre rivales, en 1200 se
concertó el matrimonio entre Ramón VI de Tolosa (1194-
1222) y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro II el católico,
quien, en 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc
al casarse con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier.
Al principio, el Papa Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las
zonas afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos
e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, éstos no tuvieron que lidiar
únicamente con los cátaros, con los nobles que los protegían, sino también con los obispos
de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el papa había conferido a los
legados. Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos
en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de haber participado
en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido en Béziers en
1204, por el rey Pedro II de Aragón.
El monje cisterciense Pedro de Castelnau, un legado papal conocido por excomulgar sin
contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al
conde de Tolosa, Raimundo VI (1207) como cómplice de la herejía. El legado fue
asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había reunido con Raimundo VI, el
14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no
actuaba por orden de su señor, pero este hecho, poco creíble, fue el detonante que comenzó
la cruzada contra los albigenses.
El Papa convocó al rey Felipe II de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero
esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más el
conflicto con el rey inglés Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, que se acababa de
casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le coronó solemnemente y, de esta manera, el
rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede, con la cual se
comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus
dominios del ataque de una posible cruzada. El Papa, por su parte, receloso de la actitud del
rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía (e incluso de
practicarla), no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico.
Posteriormente, el rey aragonés y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas
contra los cátaros provenzales.
La cruzada contra la herejía
Artículo principal: Cruzada albigense
Expulsión cátara de Carcasona.
En 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la cruzada contra los
herejes, dirigidas ahora no solo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y a los
condes de Nevers, Bar y Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó
sentencia de excomunión contra Raimundo VI de Tolosa, ya que el conde de Tolosa no
había aceptado las condiciones de paz propuestas por el legado, en las que se obligaba a los
barones occitanos a no admitir judíos en la administración de sus dominios, a devolver los
bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir a los herejes. A raíz de la
excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con Pedro de Castelnau en Sant Geli en
enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo.
Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por
los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante
cuarenta días contra los "herejes", sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la
adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia. Por tanto, no es
sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar. Inocencio
encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, aunque
declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.
La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un
lado, debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel —vizconde de
Albi, Béziers y Carcasona—, Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los
dominios del de Trencavel, junto con otros señores occitanos, tales como el conde de
Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas, Cahors
y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social entre la «compañía
blanca», creada por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes, y la
«compañía negra». El obispo consigue la adhesión de los sectores populares, enfrentados
con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros.
La batalla de Béziers, que, según el cronista de la época Guillermo de Tudela, obedecía a
un plan preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de las bastidas o villas
fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir,
excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin
embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado con el rey Pedro el Católico (señor
feudal de Ramón Roger Trencavel), no eliminaron a la población, sino que simplemente les
obligaron a abandonar la ciudad. En Carcasona muere Ramón Roger Trencavel. Sus
dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón de Montfort, el cual
entre 1210 y 1211 conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y
Lavaur (este último con la ayuda de la compañía blanca del obispo Folquet de Tolosa). A
partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la
hoguera
La batalla de Muret
Artículo principal: Batalla de Muret
La Batalla de Muret, miniatura de las Grandes Crónicas
de Francia.
La batalla de Béziers, en la que después de la toma de la
ciudad, todos sus habitantes fueron pasados a cuchillo
por las tropas de Simón de Montfort va a avivar entre los
poderes occitanos un sentimiento de rechazo hacia la
cruzada. Así, en 1209, poco después de la caída de
Carcasona, Raimundo VI y los cónsules de Tolosa van a
negarse a entregarle a Arnaldo Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como
consecuencia, el legado pronuncia una segunda sentencia de excomunión contra Raimundo
VI y lanza un interdicto contra la ciudad de Tolosa.
Para conjurar la amenaza que la cruzada anticátara comportaba contra todos los poderes
occitanos, Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros monarcas cristianos –el
emperador del Sacro Imperio Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el
Católico de Aragón– intenta obtener de Inocencio III unas condiciones de reconciliación
más favorables. El Papa accede a resolver el problema religioso y político del catarismo en
un concilio occitano. Sin embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles (julio de
1210) y Montpellier (febrero de 1211), el conde de Tolosa rechaza la reconciliación cuando
el legado Arnaldo Amalric le pide condiciones tales como la expulsión de los caballeros de
la ciudad, y su partida a Tierra Santa.
Después del concilio de Montpellier, y con el apoyo de todos los poderes occitanos –
príncipes, señores de castillos o comunas urbanas amenazadas por la cruzada–, Raimundo
VI vuelve a Tolosa y expulsa al obispo Folquet. Acto seguido, Simón de Montfort
comienza el asedio de Tolosa en junio de 1211, pero tiene que retirarse ante la resistencia
de la ciudad.
Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto en Occitania como un ocupante
extranjero, los poderes occitanos necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica
indudable, para evitar que el de Montfort pudiera demandar la predicación de una nueva
cruzada. Así pues, Raimundo VI, los cónsules de Tolosa, el conde de Foix y el de Comenge
se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el Católico, vasallo de la Santa Sede tras su
coronación en Roma en 1204 y uno de los artífices de la victoria cristiana contra los
musulmanes en las Navas de Tolosa (julio de 1212). También, en 1198, Pedro el Católico
había adoptado medidas contra los herejes de sus dominios.
En el conflicto político y religioso occitano, Pedro el Católico, nunca favorable ni tolerante
con los cátaros, intervino para defender a sus vasallos amenazados por la rapiña de Simón
de Montfort. El barón francés, incluso después de pactar el matrimonio de su hija Amicia
con el hijo de Pedro el Católico, Jaime –el futuro Jaime I (1213-1276), continuó atacando a
los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte, Pedro el Católico buscaba medidas de
reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo de Foix con la promesa de cederlo a Simón
de Montfort sólo si se demostraba que el conde no era hostil a la Iglesia.
A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja de Pedro el Católico contra Simón de
Montfort por impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric, entonces arzobispo de
Narbona, negociar con Pedro el Católico e iniciar la pacificación del Languedoc. Sin
embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el rey aragonés, Simón de Montfort rechaza
la conciliación y se pronuncia por la deposición del conde de Tolosa, a pesar de la actitud
de Raimundo VI, favorable a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede. En respuesta a
Simón, Pedro el Católico se declara protector de todos los barones occitanos amenazados y
del municipio de Tolosa.
A pesar de todo, viendo que ése era el único medio seguro de erradicar la "herejía", el papa
Inocencio III se pone de parte de Simón de Montfort, llegándose así a una situación de
confrontación armada, resuelta en la batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, en la
que el rey aragonés, defensor de Raimundo VI y de los poderes occitanos, es vencido y
asesinado. Acto seguido, Simón de Montfort entra en Tolosa acompañado del nuevo legado
papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto de Francia. En noviembre
de 1215, el Cuarto Concilio de Letrán reconocerá a Simón de Montfort como conde de
Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en Cataluña después de la batalla de Muret.
El 1216, en la corte de París, Simón de Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto
de Francia como duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Béziers y Carcasona.
Fue, sin embargo, un dominio efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta dirigida
por Raimundo el Joven –el futuro Ramón VII de Tolosa (1222-1249)–, que culmina con la
muerte de Simón de Monfort durante un asedio en 1218 y con el retorno a Tolosa de
Raimundo VI, padre de Raimundo el Joven.
El fin de la guerra
Estela situada en el Camp dels Cremats (campo de los
quemados), recordando la pira en la que ardieron 200
cátaros defensores de Montsegur.
La guerra terminó definitivamente con el tratado de París
(1229), por el cual el rey de Francia desposeyó a la Casa
de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de
Beziers (los Trencavel) de todos ellos. La independencia
de los príncipes occitanos tocaba a su fin. Sin embargo,
el catarismo no se extinguió.
La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente la doctrina. Operando en el
sur de Tolosa, Albi, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del
XIV, tuvo éxito en la erradicación del movimiento.
Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montsegur fue asediada
por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona. El 16 de marzo de
1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos
seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat dels cremats (prado de los
quemados) junto al pie del castillo. Más aún, el Papa (mediante el Concilio de Narbona en
1235 y la bula Ad extirpanda en 1252) decretó severos castigos contra todos los laicos
sospechosos de simpatía con los cátaros.
Perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y
más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose sólo
subrepticiamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la
Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto la secta
estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los registros de la
Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.
Movimientos similares
Antiguo templo bogomilo en Bosnia.
Los Paulicianos eran una secta semejante. Habían sido
deportados desde Capadocia a la región de Tracia en el
sureste europeo por los emperadores bizantinos en el
siglo IX, donde se unieron con –o más probablemente se
transformaron en– los bogomilos. Durante la segunda
mitad del siglo XII, contaron con gran fuerza e influencia en Bulgaria, Albania y Bosnia. Se
dividieron en dos ramas, conocidas como los albanenses (absolutamente duales) y los
garatenses (duales pero moderados). Estas comunidades heréticas llegaron a Italia durante
los siglos XI y XII. Los milaneses adheridos a este credo recibían el nombre de patarini
(patarinos o patarines), por su procedencia de Pataria, una calle de Milán muy frecuentada
por grupos de menesterosos (pataro o patarro aludía al andrajo). El movimiento de los
patarines cobró cierta importancia en el siglo XI como movimiento reformista.
Cultura popular
La banda inglesa de Heavy Metal Iron Maiden publicó la canción "Montsegur" en el año
2003 dentro de su álbum "Dance of Death", la cual habla sobre el sitio al castillo de
Montsegur, ocurrido en el año 1243. La letra de esta canción narra los hechos y da una
visión romántica sobre el Catarismo, así como de la muerte de los habitantes del castillo a
manos de los Templarios
Cruz cátara, también cruz de Occitania.
El catarismo es la doctrina de los cátaros (o albigenses),
un movimiento religioso de carácter gnóstico que se
propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, y
logró arraigar hacia el siglo XII1 entre los habitantes del
Mediodía francés, especialmente en el Languedoc, donde
contaba con la protección de algunos señores feudales
vasallos de la corona de Aragón.
Con influencias del maniqueísmo en sus etapas pauliciana y bogomila, el
catarismo afirmaba una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaba la salvación
mediante el ascetismo y el estricto rechazo del mundo material, percibido por los cátaros
como obra demoníaca.
En respuesta, la Iglesia católica consideró sus doctrinas heréticas. Tras una tentativa
misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el
apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación violenta a partir de 1209
mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en
la clandestinidad y se extinguió poco a poco.
Etimología
El nombre «cátaro» viene probablemente del griego καθαρός (katharós): ‘puro’. Otro
origen sugerido es el término latino cattus: ‘gato’, el alemán ketter asociado habitualmente
por la Iglesia a "adoradores del diablo en forma de gato" o brujas y herejes. Una de las
primeras referencias existentes es una cita de Eckbert von Schönau, el cual escribió acerca
de los herejes de Colonia en 1181: «Hos nostra Germania cátharos appéllat».
Los cátaros fueron denominados también «albigenses». Este nombre se origina a finales del
siglo XII, usado por el cronista Geoffroy du Breuil of Vigeois en 1181, y se refiere a la
ciudad occitana de Albi (la antigua Álbiga), pero esta denominación no parece muy exacta,
puesto que el centro de la cultura cátara estaba en Toulouse y en los distritos vecinos. Tal
vez, por considerarse puros, se autodenominaban albinos, que tendría su origen en la raíz
alb, que significa blanco, de la que derivan nombres como Albania. También recibieron el
nombre de «poblicantes», siendo este último término una degeneración del nombre de los
paulicianos, con quienes se les confundía.
Además era llamada «la secta de los tejedores» por el hecho de ser los tejedores y
vendedores de tejidos sus principales difusores en Europa occidental.
Orígenes
El catarismo llegó a Europa occidental desde Europa oriental a través de las rutas
comerciales, de la mano de religiones maniqueas desalojadas por Bizancio. Estas religiones
se asentaron en Occidente y se propagaron por distintos países. Por ello, los albigenses
recibían también el nombre de búlgaros (Bougres) y mantenían vínculos con los bogomilos
de Tracia, con cuyas creencias tenían muchos puntos en común y aún más con la de sus
predecesores, los paulicianos. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de sus
doctrinas, ya que existen pocos textos cátaros. Los pocos que aún existen (Rituel cathare de
Lyon y Nouveau Testament en provençal) contienen escasa información acerca de sus
creencias y prácticas.
Los primeros cátaros propiamente dichos aparecieron en Lemosín entre 1012 y 1020.
Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad languedociana de Toulouse en 1022.
La creciente comunidad fue condenada en los sínodos de Charroux (1028) y Tolosa (1056).
Se enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin
embargo, los cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la protección dispensada por
Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de la nobleza occitana.
El pueblo estaba impresionado por los Perfectos y por la predicación antisacerdotal de
Pedro de Bruys y Enrique de Lausanne en Périgord.
Creencias
Las raíces de la creencia cátara proceden del gnosticismo y del maniqueísmo. En
consecuencia, su teología era dualista radical, basada en la creencia de que el universo
estaba compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual creado por Dios y
otro material forjado por Satán.
Los cátaros creían que el mundo físico había sido creado por Satán, a semejanza de los
gnósticos que hablaban del Demiurgo. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no
identificaban al Demiurgo con el Diablo, probablemente porque el concepto del Diablo no
era popular en aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular durante la
Edad Media.
Según la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y
almas. El Diablo creó el mundo material, las guerras y la Iglesia católica. Esta, con su
realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era según los cátaros una
herramienta de corrupción.
Para los cátaros, los hombres son una realidad transitoria, una «vestidura» de la simiente
angélica. Afirmaban que el pecado se produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la
carne. La doctrina católica tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por la
carne y contagia en el presente al hombre interior, al espíritu, que estaría en un estado de
caída como consecuencia del pecado original. Para los católicos, la fe en Dios redime,
mientras que para los cátaros exigía un conocimiento (gnosis) del estado anterior del
espíritu para purgar su existencia mundana. No existía para el catarismo aceptación de lo
dado, de la materia, considerada un sofisma tenebroso que obstaculizaba la salvación.
Los cátaros también creían en la reencarnación. Las almas se reencarnarían hasta que
fuesen capaces de un autoconocimiento que les llevaría a la visión de la divinidad y así
poder escapar del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar del
ciclo era vivir una vida ascética, sin ser corrompido por el mundo. Aquellos que seguían
estas normas eran conocidos como Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos de
los apóstoles, con facultades para anular los pecados y los vínculos con el mundo material
de las personas.
Negaban el bautismo por la implicación del agua, elemento material y por tanto impuro, y
por ser una institución de Juan Bautista y no de Cristo. También se oponían radicalmente al
matrimonio con fines de procreación, ya que consideraban un error traer un alma pura al
mundo material y aprisionarla en un cuerpo. Rechazaban comer alimentos procedentes de
la generación, como los huevos, la carne y la leche (sí el pescado, ya que entonces era
considerado un "fruto" espontáneo del mar).
Siguiendo estos preceptos, los cátaros practicaban una vida de férreo ascetismo, estricta
castidad y vegetarianismo. Interpretaban la virginidad como la abstención de todo aquello
capaz de “terrenalizar” el elemento espiritual.
Vista del Castillo de Montségur, fortalezasantuario
del catarismo.
Otra creencia cátara opuesta a la doctrina católica
era su afirmación de que Jesús no se encarnó, sino
que fue una aparición que se manifestó para
mostrar el camino a Dios. Creían que no era
posible que un Dios bueno se hubiese encarnado
en forma material, ya que todos los objetos
materiales estaban contaminados por el pecado.
Esta creencia específica se denominaba docetismo. Más aún, creían que Dios, tal como se
lo describe en el Antiguo Testamento, era realmente el Diablo que había creado el mundo;
así lo señalaban también a sus cualidades («celoso», «vengativo», «de sangre») y sus
actividades como «Dios de la Guerra». Los cátaros negaban por ello la veracidad del
Antiguo Testamento.
El consolamentum era el único sacramento de la fe cátara, con excepción de una suerte de
Eucaristía simbólica, el Melioramentum, sin transubstanciación (si Cristo era una entidad
exclusivamente espiritual, no encarnada, el pan no podía convertirse en el cuerpo de
Cristo).
Los cátaros también consideraban que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a
las personas con el mundo material.
Castigo a los cátaros
En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el
progreso de los cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo de Claraval no pudieron
ocultar los pobres resultados de la misión ni el poder de la comunidad cátara en la Occitania
de la época. Las misiones del cardenal Pedro (de San Crisógono) a Tolosa y el Tolosado en
1178, y de Enrique, cardenal-obispo de Albano, en 1180-1181, obtuvieron éxitos
momentáneos. La expedición armada de Enrique de Albano, que tomó la fortaleza de
Lavaur, no extinguió el movimiento.
Las persistentes decisiones de los concilios contra los cátaros en este periodo —en
particular, las del Concilio de Tours (1163) y del Tercer Concilio de Letrán (1179)—
apenas tuvieron mayor efecto. Cuando Inocencio III llegó al poder en 1198, resolvió
suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe del IV Concilio de Letrán.
Esfuerzos pacíficos para combatir la doctrina cátara
Santo Domingo y los albigenses de Pedro Berruguete.
A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más real de que
Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante
una cruzada provocó un cambio muy importante en la política
occitana: la alianza de los condes de Tolosa con la Casa de
Aragón. Así, si Raimundo V (1148-1194) y Alfonso II de
Aragón (1162-1196) habían sido siempre rivales, en 1200 se
concertó el matrimonio entre Ramón VI de Tolosa (1194-
1222) y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro II el católico,
quien, en 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc
al casarse con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier.
Al principio, el Papa Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las
zonas afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos
e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, éstos no tuvieron que lidiar
únicamente con los cátaros, con los nobles que los protegían, sino también con los obispos
de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el papa había conferido a los
legados. Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos
en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de haber participado
en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido en Béziers en
1204, por el rey Pedro II de Aragón.
El monje cisterciense Pedro de Castelnau, un legado papal conocido por excomulgar sin
contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al
conde de Tolosa, Raimundo VI (1207) como cómplice de la herejía. El legado fue
asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había reunido con Raimundo VI, el
14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no
actuaba por orden de su señor, pero este hecho, poco creíble, fue el detonante que comenzó
la cruzada contra los albigenses.
El Papa convocó al rey Felipe II de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero
esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más el
conflicto con el rey inglés Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, que se acababa de
casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le coronó solemnemente y, de esta manera, el
rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede, con la cual se
comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus
dominios del ataque de una posible cruzada. El Papa, por su parte, receloso de la actitud del
rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía (e incluso de
practicarla), no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico.
Posteriormente, el rey aragonés y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas
contra los cátaros provenzales.
La cruzada contra la herejía
Artículo principal: Cruzada albigense
Expulsión cátara de Carcasona.
En 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la cruzada contra los
herejes, dirigidas ahora no solo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y a los
condes de Nevers, Bar y Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó
sentencia de excomunión contra Raimundo VI de Tolosa, ya que el conde de Tolosa no
había aceptado las condiciones de paz propuestas por el legado, en las que se obligaba a los
barones occitanos a no admitir judíos en la administración de sus dominios, a devolver los
bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir a los herejes. A raíz de la
excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con Pedro de Castelnau en Sant Geli en
enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo.
Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por
los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante
cuarenta días contra los "herejes", sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la
adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia. Por tanto, no es
sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar. Inocencio
encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, aunque
declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.
La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un
lado, debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel —vizconde de
Albi, Béziers y Carcasona—, Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los
dominios del de Trencavel, junto con otros señores occitanos, tales como el conde de
Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas, Cahors
y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social entre la «compañía
blanca», creada por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes, y la
«compañía negra». El obispo consigue la adhesión de los sectores populares, enfrentados
con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros.
La batalla de Béziers, que, según el cronista de la época Guillermo de Tudela, obedecía a
un plan preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de las bastidas o villas
fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir,
excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin
embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado con el rey Pedro el Católico (señor
feudal de Ramón Roger Trencavel), no eliminaron a la población, sino que simplemente les
obligaron a abandonar la ciudad. En Carcasona muere Ramón Roger Trencavel. Sus
dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón de Montfort, el cual
entre 1210 y 1211 conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y
Lavaur (este último con la ayuda de la compañía blanca del obispo Folquet de Tolosa). A
partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la
hoguera
La batalla de Muret
Artículo principal: Batalla de Muret
La Batalla de Muret, miniatura de las Grandes Crónicas
de Francia.
La batalla de Béziers, en la que después de la toma de la
ciudad, todos sus habitantes fueron pasados a cuchillo
por las tropas de Simón de Montfort va a avivar entre los
poderes occitanos un sentimiento de rechazo hacia la
cruzada. Así, en 1209, poco después de la caída de
Carcasona, Raimundo VI y los cónsules de Tolosa van a
negarse a entregarle a Arnaldo Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como
consecuencia, el legado pronuncia una segunda sentencia de excomunión contra Raimundo
VI y lanza un interdicto contra la ciudad de Tolosa.
Para conjurar la amenaza que la cruzada anticátara comportaba contra todos los poderes
occitanos, Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros monarcas cristianos –el
emperador del Sacro Imperio Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el
Católico de Aragón– intenta obtener de Inocencio III unas condiciones de reconciliación
más favorables. El Papa accede a resolver el problema religioso y político del catarismo en
un concilio occitano. Sin embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles (julio de
1210) y Montpellier (febrero de 1211), el conde de Tolosa rechaza la reconciliación cuando
el legado Arnaldo Amalric le pide condiciones tales como la expulsión de los caballeros de
la ciudad, y su partida a Tierra Santa.
Después del concilio de Montpellier, y con el apoyo de todos los poderes occitanos –
príncipes, señores de castillos o comunas urbanas amenazadas por la cruzada–, Raimundo
VI vuelve a Tolosa y expulsa al obispo Folquet. Acto seguido, Simón de Montfort
comienza el asedio de Tolosa en junio de 1211, pero tiene que retirarse ante la resistencia
de la ciudad.
Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto en Occitania como un ocupante
extranjero, los poderes occitanos necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica
indudable, para evitar que el de Montfort pudiera demandar la predicación de una nueva
cruzada. Así pues, Raimundo VI, los cónsules de Tolosa, el conde de Foix y el de Comenge
se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el Católico, vasallo de la Santa Sede tras su
coronación en Roma en 1204 y uno de los artífices de la victoria cristiana contra los
musulmanes en las Navas de Tolosa (julio de 1212). También, en 1198, Pedro el Católico
había adoptado medidas contra los herejes de sus dominios.
En el conflicto político y religioso occitano, Pedro el Católico, nunca favorable ni tolerante
con los cátaros, intervino para defender a sus vasallos amenazados por la rapiña de Simón
de Montfort. El barón francés, incluso después de pactar el matrimonio de su hija Amicia
con el hijo de Pedro el Católico, Jaime –el futuro Jaime I (1213-1276), continuó atacando a
los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte, Pedro el Católico buscaba medidas de
reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo de Foix con la promesa de cederlo a Simón
de Montfort sólo si se demostraba que el conde no era hostil a la Iglesia.
A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja de Pedro el Católico contra Simón de
Montfort por impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric, entonces arzobispo de
Narbona, negociar con Pedro el Católico e iniciar la pacificación del Languedoc. Sin
embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el rey aragonés, Simón de Montfort rechaza
la conciliación y se pronuncia por la deposición del conde de Tolosa, a pesar de la actitud
de Raimundo VI, favorable a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede. En respuesta a
Simón, Pedro el Católico se declara protector de todos los barones occitanos amenazados y
del municipio de Tolosa.
A pesar de todo, viendo que ése era el único medio seguro de erradicar la "herejía", el papa
Inocencio III se pone de parte de Simón de Montfort, llegándose así a una situación de
confrontación armada, resuelta en la batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, en la
que el rey aragonés, defensor de Raimundo VI y de los poderes occitanos, es vencido y
asesinado. Acto seguido, Simón de Montfort entra en Tolosa acompañado del nuevo legado
papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto de Francia. En noviembre
de 1215, el Cuarto Concilio de Letrán reconocerá a Simón de Montfort como conde de
Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en Cataluña después de la batalla de Muret.
El 1216, en la corte de París, Simón de Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto
de Francia como duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Béziers y Carcasona.
Fue, sin embargo, un dominio efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta dirigida
por Raimundo el Joven –el futuro Ramón VII de Tolosa (1222-1249)–, que culmina con la
muerte de Simón de Monfort durante un asedio en 1218 y con el retorno a Tolosa de
Raimundo VI, padre de Raimundo el Joven.
El fin de la guerra
Estela situada en el Camp dels Cremats (campo de los
quemados), recordando la pira en la que ardieron 200
cátaros defensores de Montsegur.
La guerra terminó definitivamente con el tratado de París
(1229), por el cual el rey de Francia desposeyó a la Casa
de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de
Beziers (los Trencavel) de todos ellos. La independencia
de los príncipes occitanos tocaba a su fin. Sin embargo,
el catarismo no se extinguió.
La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente la doctrina. Operando en el
sur de Tolosa, Albi, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del
XIV, tuvo éxito en la erradicación del movimiento.
Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montsegur fue asediada
por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona. El 16 de marzo de
1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos
seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat dels cremats (prado de los
quemados) junto al pie del castillo. Más aún, el Papa (mediante el Concilio de Narbona en
1235 y la bula Ad extirpanda en 1252) decretó severos castigos contra todos los laicos
sospechosos de simpatía con los cátaros.
Perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y
más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose sólo
subrepticiamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la
Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto la secta
estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los registros de la
Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.
Movimientos similares
Antiguo templo bogomilo en Bosnia.
Los Paulicianos eran una secta semejante. Habían sido
deportados desde Capadocia a la región de Tracia en el
sureste europeo por los emperadores bizantinos en el
siglo IX, donde se unieron con –o más probablemente se
transformaron en– los bogomilos. Durante la segunda
mitad del siglo XII, contaron con gran fuerza e influencia en Bulgaria, Albania y Bosnia. Se
dividieron en dos ramas, conocidas como los albanenses (absolutamente duales) y los
garatenses (duales pero moderados). Estas comunidades heréticas llegaron a Italia durante
los siglos XI y XII. Los milaneses adheridos a este credo recibían el nombre de patarini
(patarinos o patarines), por su procedencia de Pataria, una calle de Milán muy frecuentada
por grupos de menesterosos (pataro o patarro aludía al andrajo). El movimiento de los
patarines cobró cierta importancia en el siglo XI como movimiento reformista.
Cultura popular
La banda inglesa de Heavy Metal Iron Maiden publicó la canción "Montsegur" en el año
2003 dentro de su álbum "Dance of Death", la cual habla sobre el sitio al castillo de
Montsegur, ocurrido en el año 1243. La letra de esta canción narra los hechos y da una
visión romántica sobre el Catarismo, así como de la muerte de los habitantes del castillo a
manos de los Templarios
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