Cuando el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo
de la Orden, entró a la agradable biblioteca del monasterio, yo estaba
inmerso en la reflexión de un trecho del libro de parábolas de Rami. El
monje retiró un libro del estante y se acomodó a mi lado en una
confortable poltrona. Reparé que era el milenario Tao Te Ching, El Libro
del Camino y de la Virtud, de Lao Zi. Como estábamos solos en la
biblioteca osé poner tema. Le comenté que casualmente leía un libro que
también abordaba el valor de las virtudes y, además de enaltecer el
coraje como una de ellas, sentenciaba que ‘el amor es para los fuertes’.
El monje con su voz siempre suave, fue lacónico en su comentario: “Sí,
es verdad”. Discrepé bajo el argumento de que el amor, dada su
importancia, estaba a disposición de todos indiscriminadamente. El Viejo
me miró con su enorme paciencia y dijo: “Sí, también es verdad”. Meneé
la cabeza y agité las manos, como si esos movimientos pudiesen
amplificar mis razones, y le dije que estaba siendo incoherente: el amor
era para todos o sólo para los fuertes. Le pedí que se decidiera. El
monje arqueó los labios con una leve sonrisa y explicó: “Confundes todo,
Yoskhaz. ¿No te das cuenta que se trata de cosas diferentes? O mejor,
de situaciones en que el amor se presenta de maneras distintas”.
“Sí, el amor está a disposición de cada persona pues al ser la fuerza
que rige al universo, reposa en la esencia de todos. El amor es el
camino y el destino; es la mayor virtud, pues está presente en todas las
demás virtudes o ellas dejan de existir. No obstante, para vivir el
amor, al menos en toda su extensión, necesitamos de aquellas otras
virtudes como instrumentos de diseminación del bien. Así permitimos no
sólo el desarrollo del propio ser, sino también la propagación de la luz
por él emanada hasta la más distante de las estrellas. El universo
agradece y nos retribuye también con luz por gratitud y justicia”. Hizo
una breve pausa y prosiguió: “El amor es la virtud indispensable para
las transformaciones; por tanto, sin él no hay evolución. Sin embargo,
el amor adormecido en cada uno de nosotros necesita trabajo para
despertar y crecer en las adversidades. Amar a quien nos ama es fácil;
muchos pueden amar cuando las situaciones son favorables; amar en las
adversidades solamente le es permitido a los fuertes”.
Manifesté que no había entendido. El monje cerró los ojos, como si
procurara la mejor palabra, y dijo: “El amor es el alimento del alma; es
lo sagrado que habita en nosotros. Cada cual, en esencia, es tan sólo
la centella de amor que lo mueve. Nada más. No obstante, el amor que
existe en cada uno de nosotros es como una semilla que debe florecer
para adornarse y fructificar en alimento para el mundo”, hizo una breve
pausa y concluyó: “No olvides que el árbol se conoce por sus frutos”,
mencionando un valioso pasaje del Sermón de la Montaña.
Comenté que como cada uno ofrece tan sólo lo que posee, el individuo
ama en la exacta medida de su capacidad de amar. El Viejo estuvo de
acuerdo: “No hay duda, por eso es importante desarrollar las virtudes
pues son herramientas del amor. Evolucionamos a medida que aprendemos a
utilizar estos instrumentos. Las virtudes se presentan, desarrollan y
consolidan en el ser de acuerdo no sólo al nivel de consciencia, sino
también a su capacidad amorosa”.
Le pedí que hablara más de las virtudes. El Viejo dijo: “Son muchas
las virtudes y el andariego necesita perfeccionar todas en sí. El amor,
la sabiduría y el coraje; la justicia, la honestidad, la compasión, la
misericordia, la dignidad y la sinceridad; la libertad, la humildad, la
simplicidad y la pureza; la paciencia, el respeto, la dulzura, la
delicadeza y la alegría; todas ellas herramientas indispensables en los
campos de la evolución. Si prestas atención percibirás que las virtudes
necesitan una de las otras para ganar fuerza y poder, cerrando así el
círculo de cura de la vida. Aunque parezcan independientes, ellas se
complementan en trabajo de indispensable solidaridad”.
Quise saber un poco más sobre el intercambio que integra las
virtudes. El Viejo no se hizo de rogar: “El principio básico enseña que
el amor es la fuerza que debe orientar todas nuestras elecciones. Es
decir, nos movemos por amor o estaremos siguiendo el lado errado. Un
pequeño ejemplo: Comúnmente vemos como la sabiduría es utilizada para
engañar, manipular y conseguir ventajas deshonestas. A su vez, el coraje
también está presente en el ánimo de los malhechores al realizar muchos
de sus crímenes absurdos. Estamos acostumbrados a asociar a los héroes
con actos de valentía e inteligencia en las películas de cine, olvidando
que los bandidos también utilizan esas herramientas para ejecutar sus
terribles planes. ¿Qué diferencia hay entre ellos? Los héroes se sirven
de la sabiduría y el coraje para practicar el bien. Solamente cuando la
sabiduría y el coraje están revestidos de amor se transforman en
virtudes; sin amor se desvían hacia los límites de la malicia y la
brutalidad”.
Le comenté que me parecía muy complicado el amor. El monje dio una
agradable carcajada y fue didáctico: “Para vivir el amor necesitamos
entender el amor. Es indispensable replantear muchos de los conceptos
que nos engañan con relación a ese sentimiento y comenzar a percibirlo
como realmente es. Será necesario desarrollar algunas virtudes como la
sabiduría, el respeto, la generosidad, la armonía y la libertad”.
Entonces pedí que citara algunos ejemplos. El Viejo comentó: “Entender
de una vez por todas que amor no es intercambio; que nadie sufre por
amor; que nadie le pertenece a nadie; que nadie tiene la obligación de
hacerte feliz, son tan sólo algunos de los condicionamientos que impiden
vivir el amor en toda su amplitud. Por tanto, se hace imprescindible
desvendar el velo de los engaños proporcionado por las sombras del
miedo, la ignorancia y la desesperanza. No basta percibir, es preciso
enfrentar y superarse a sí mismo. Es más, es indispensable experimentar y
sentir todo lo que se ha aprendido o las lecciones no se completarán.
Es necesario despojarse de ideas obsoletas y de reacciones automáticas
que ya no sirven; exponerse al rechazo y a las críticas de aquellos que
todavía no alcanzan a entender lo que ya es claro ante tus ojos. Dejar
atrás muchas de las cosas que hasta aquí creíste importantes, pero que
ahora pesan por ser inútiles. Encarar el espejo para asumir las heridas
que sangran en el alma y tener el firme propósito de curarse; después,
ofrecer lo mejor de ti a todo el mundo y entonces, seguir adelante”.
Pregunté cuál era la forma más sublime de amor. El Viejo respondió:
“El perdón. El amor es para todos, pero sólo los fuertes son capaces de
perdonar a su agresor, de envolverlo con compasión sincera y comprender
que él no fue capaz de hacer diferente y mejor. No es fácil. Además el
perdón tiene que ser un acto de sincera humildad, pues tenemos nuestras
propias dificultades e imperfecciones, tal vez diferentes a aquellas del
oponente, pero así mismo, dificultades e imperfecciones. En seguida,
envolver al ofensor en un manto de divina misericordia al entender que
todo agresor es profundamente infeliz por distanciarse del bien y de
todas las demás energías derivadas del amor. Es mucho más difícil. Será
necesario que ya hayas librado algunas batallas con tus propias sombras y
transmutado buena parte de ellas en luz. Se trata de un punto angular
en la transformación del ser. Esto hace el perdón sagrado y libertador.
Los débiles aún están al servicio de ideas sombrías de revancha y
sufrimiento, venganza y dolor; presos al lado de quien los hirió, en un
rincón oscuro de sí mismos”. Entonces preguntó para concluir la
conversación: “¿Entiendes por qué el amor está destinado a los fuertes?
Has notado que para vivir el perdón son necesarias otras virtudes como
la compasión, la humildad y la misericordia, además del amor por
supuesto”. Tan sólo moví la cabeza como respuesta.
Permanecimos un tiempo largo sin decir palabra. Rompí el silencio
para agradecerle y mencionar que comenzaba a entender el valor y el
poder de las virtudes como herramientas de evolución. En seguida el
Viejo dijo: “Las virtudes son las armas que el guerrero del amor usa en
la gran batalla del universo, aquella que él libra todos los días dentro
de sí. Este es su compromiso; vencer a sí mismo es la mayor victoria.
Transmutar las propias sombras se traduce en pura luz”, guiñó el ojo
como hacía al contar un secreto y finalizó: “Todas las virtudes están
adormecidas dentro de ti. Despiértalas y siente la magia de la vida en
tus manos a través de las infinitas transformaciones”.
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