Caminaba por las montañas de Arizona junto a Canción Estrellada, el
chamán que tenía el don de usar la música para perpetuar la sabiduría de
su pueblo, cuando paramos en una pequeña planicie con una vista
encantadora. Él extendió su manto de colores en el suelo, encendió la
inconfundible pipa con hornillo de piedra roja y me pidió que preparara
la hoguera. Después entonó con su tambor de dos faces una sentida
canción ancestral en la cual pedía protección para nunca abandonar ‘el
lado asoleado del sendero’. Permanecimos un tiempo sin pronunciar
palabra, el cual no puedo precisar, como viajantes en el mundo de las
ideas hasta que el chamán quebró el silencio: “Hay muchos elementos en
la naturaleza que considero sagrados por el simbolismo que representan.
El nacimiento del sol por la importancia de la luz en nuestras vidas; el
vuelo del águila porque me enseña a ver todas las cosas desde lo alto;
las estrellas para recordar que existen otros mundos además de este; el
cambio de estaciones por la lección de la renovación de los ciclos; la
mariposa por hacerme ver que la oruga puede tener alas; el río para no
olvidar que todas las aguas un día llegan al mar. No obstante, nada me
encanta tanto como la semilla”. Dio una bocanada y prosiguió: “En fin,
hay lecciones por todas partes. Lo sagrado se mezcla con lo mundano a la
espera de ser revelado”. Cuando iba a interrumpirlo para preguntarle
sobre la semilla, la conversación cambió de curso. Él dijo: “Así como la
magia aguarda el momento del hechicero”.
Blog dedicado a todas aquellas personas que desean conocer sobre la masonería, así como También a quienes admiran a los TEMPLARIOS "la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón." Dos instituciones muy diferentes actualmente. La Verdad es y será tu propia verdad, aquella lux que se obtiene investigando y viviendo esta hermosa experiencia. Los textos ofrecen conocimiento, la experiencia Sabiduría.
domingo, 30 de abril de 2017
Jamás
Estábamos en el tren. El Viejo y yo, como cariñosamente llamábamos
al monje más antiguo del monasterio, íbamos en demorado viaje rumbo a
una renombrada universidad donde él daría una conferencia. Aproveché la
oportunidad para cuestionarlo sobre las dificultades del
perfeccionamiento personal. Sugerí la existencia de un manual más
sencillo que nos orientara en el Camino, pues los textos sagrados eran
demasiado complejos y, a menudo, poseían interpretaciones herméticas y
codificadas. El Viejo levantó los hombros y dijo: “No hagas a los otros
lo que no quieres que te hagan a ti”, hizo una pequeña pausa para que yo
reflexionara un poco sobre lo que acababa de decir y concluyó: “Todo
perfeccionamiento del ser consiste en vivir esa lección mayor. ¿Quieres
algo más sencillo que eso?”
Comenté que todo se me hacía muy complicado, pues siempre hay un
ejercicio de posibilidades entre luz y sombras. El Viejo refutó: “Por
eso todas las elecciones son sagradas. Ellas definen quiénes somos. Por
lo tanto, presta siempre atención: cada gesto o palabra es semilla de
discordia o de paz”. Dije que entendía, pero le confesé que tenía
dificultad y que necesitaba de ayuda. El monje guardó silencio durante
algún tiempo y dijo: “Existe el Manual del Andariego”, tomó una pequeña
pausa y complementó en tono travieso, evidenciando el buen humor que lo
caracterizaba: “Está destinado a los niños”. Reímos. Claro que tal libro
no existe. Sin embargo, yo lo provoqué y le pedí que me facilitara las
cosas. El Viejo, siempre generoso, prosiguió: “Presta atención a la
Regla del Jamás. Es como las señales que protegen al conductor en la
carretera”:
martes, 18 de abril de 2017
LA PENA MÁS ALLA DE LA PENA
Cada vez que iba a la pequeña y
encantadora ciudad situada en la falda de la montaña que abriga al
monasterio, no perdía la oportunidad de visitar a Lorenzo el elegante
zapatero, amante de los libros y de los vinos. Remendar cuero era su
oficio; coser ideas, su arte. No siempre lo encontraba pues su taller
funcionaba en horarios aleatorios. En aquel día, ya al final de la
tarde, me alegré al ver su antigua bicicleta recostada en el poste al
frente del taller. Buena señal. El buen amigo me pidió que lo esperara
un poco mientras terminaba un trabajo y, en seguida, nos dirigimos a una
silenciosa taberna en busca de buena prosa y una copa de vino. Pidió un
pedazo de queso de marca famosa para acompañar el vino al mesero que
nos atendió. De inmediato repliqué al recordar que el dueño de aquella
conocida empresa de productos lácteos había sido condenado por un crimen
gravísimo. Le dije que no me sentía a gusto en comer aquella marca de
queso y le sugerí que pidiésemos otra cosa. Intrigado el artesano
preguntó: “¿Comer del queso te hará cómplice del crimen”? Respondí que
no iría a confabular con actitudes ultrajantes y añadí que actuaba de
acuerdo con mi consciencia. Él me miró con bondad antes de decir: “Sí,
debemos actuar siempre en sintonía con nuestras mejores razones. No es
bueno cuando esto no sucede. Sin embargo, permitir la expansión de la
consciencia más allá de los condicionamientos sociales y culturales,
será siempre un ejercicio de transformación y ligereza. No obstante, la
pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué sentimiento me mueve? Ya que
definimos quienes somos de acuerdo con nuestras elecciones”.
domingo, 16 de abril de 2017
La Mágia de las Palabras...
Todos somos magos y la palabra es el principal ingrediente del
calderón. A través de lo que se dice o se escibe podemos invitar a la
gente a danzar, sembrando alegría y esperanza o podemos construir muros,
difundiendo odio y miedo. Este es el poder y él es tuyo. De esta
manera, cada manifestación se vuelve un acto de mágia y define el tipo
de mago que escogemos ser.
Desde tiempos remotos se enseña que la palabra tiene poder. Cada
palabra contiene en sí una idea. Diversas culturas enseñan valiosas
lecciones sobre el cuidado que debemos tener con la palabra.
El cristianismo manifiesta que las palabras revelan lo que cada uno
tiene en el corazón. Ellas son la exacta medida del nível de consciencia
de quien las emite.
Los cabalistas narran una bella historia en la cual un profesor, para
corregir a un alumno que difamó a su compañero, le pidió que escribiera
la ofensa en un pedazo de papel. Después el profesor determinó que la
rasgase en muchos pedazos y los soltara en un lugar asotado por una
fuerte ventisca y que recogiera todo nuevamente. Imposible, respondió el
agresor pues ya no sabía en donde habían quedado los pedazos dispersos y
perdidos. Así sucede con nuestras palabras, dijo el bondadoso profesor,
después de dichas ya no nos pertenecen más e ignoramos cuál será su
destino.
– Presta atención antes de hablar. Escucha a todas las partes
involucradas, en toda discordia hay como mínimo dos versiones, más allá
de la verdad!
– Pondera qué sentimientos te mueven: odio, celos, venganza, envidia o amor y paz.
– Otra precaución que debemos tener es el de no disfrazar el deseo de
venganza con el manto de la justicia. A menudo, bajo el falso pretexo
de un acto noble, ocultamos y dejamos escapar nuestros más densos y
sombríos sentimientos.
– Se claro y objetivo con tus palabras. No es no; sí es sí. Expon tu
manera de pensar serenamente y respeta la opinión ajena, contraria a la
tuya. Que tu corazón nunca se olvide de que la buena semilla no se
pierde y que, en el momento oportuno, germina.
– Las más sabias palabras caen al avismo si no son el espejo de las actitudes de quien las dijo.
– Se siempre sincero y nunca finjas afecto; sin embargo, recuerda que
el amor es la fuerza más poderosa que existe. El amor es la materia
prima de todos los milagros. La palabra trae luz a los ciegos.
Las Herramientas del Amor...
Cuando el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo
de la Orden, entró a la agradable biblioteca del monasterio, yo estaba
inmerso en la reflexión de un trecho del libro de parábolas de Rami. El
monje retiró un libro del estante y se acomodó a mi lado en una
confortable poltrona. Reparé que era el milenario Tao Te Ching, El Libro
del Camino y de la Virtud, de Lao Zi. Como estábamos solos en la
biblioteca osé poner tema. Le comenté que casualmente leía un libro que
también abordaba el valor de las virtudes y, además de enaltecer el
coraje como una de ellas, sentenciaba que ‘el amor es para los fuertes’.
El monje con su voz siempre suave, fue lacónico en su comentario: “Sí,
es verdad”. Discrepé bajo el argumento de que el amor, dada su
importancia, estaba a disposición de todos indiscriminadamente. El Viejo
me miró con su enorme paciencia y dijo: “Sí, también es verdad”. Meneé
la cabeza y agité las manos, como si esos movimientos pudiesen
amplificar mis razones, y le dije que estaba siendo incoherente: el amor
era para todos o sólo para los fuertes. Le pedí que se decidiera. El
monje arqueó los labios con una leve sonrisa y explicó: “Confundes todo,
Yoskhaz. ¿No te das cuenta que se trata de cosas diferentes? O mejor,
de situaciones en que el amor se presenta de maneras distintas”.
“Sí, el amor está a disposición de cada persona pues al ser la fuerza
que rige al universo, reposa en la esencia de todos. El amor es el
camino y el destino; es la mayor virtud, pues está presente en todas las
demás virtudes o ellas dejan de existir. No obstante, para vivir el
amor, al menos en toda su extensión, necesitamos de aquellas otras
virtudes como instrumentos de diseminación del bien. Así permitimos no
sólo el desarrollo del propio ser, sino también la propagación de la luz
por él emanada hasta la más distante de las estrellas. El universo
agradece y nos retribuye también con luz por gratitud y justicia”. Hizo
una breve pausa y prosiguió: “El amor es la virtud indispensable para
las transformaciones; por tanto, sin él no hay evolución. Sin embargo,
el amor adormecido en cada uno de nosotros necesita trabajo para
despertar y crecer en las adversidades. Amar a quien nos ama es fácil;
muchos pueden amar cuando las situaciones son favorables; amar en las
adversidades solamente le es permitido a los fuertes”.
domingo, 9 de abril de 2017
La Puerta...
De todos los lugares del monasterio, la biblioteca siempre fue mi
preferido. Escoger uno de los innumerables títulos disponibles,
acomodarme en una de sus confortables poltronas y repartir la atención
entre las letras y el maravilloso paisaje de las montañas, proporcionado
por las enormes ventanas, permiten momentos de pura magia. Muchas veces
encontré al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo
de la Orden, en algún rincón encantado con la lectura o en viaje
profundo en los mares de la reflexión. En ese día yo había acabado de
escoger un libro cuando percibí que él me observaba. Levantó las cejas
queriendo saber qué había escogido. Le mostré la portada y él sonrió en
aprobación. Era una antología de conferencias de Yogananda. Aproveché
que había una silla libre a su lado y me senté. Le pregunté qué leía. El
monje respondió con un susurro: “El Sermón de la Montaña”. Cierta vez,
él me había revelado que leía ese pequeño texto todos los días antes de
iniciar cualquier otra lectura, pero no imaginaba que lo decía en
sentido literal. Ante mi expresión de asombro el Viejo dijo: “Las letras
del Sermón están vivas y siempre me traen enseñanzas sin fin”. Yo ya lo
había leído varias veces y le pregunté sobre qué trecho estaba
meditando. El monje dijo con voz suave: “Aquella parte que dice que
‘estrecha es la puerta y apretado el camino de la vida. Raros son los
que lo encuentran’”. Dije que sabía de que se trataba y me adelanté para
mostrarle toda la erudición que pensaba tener. Dije que aquel capítulo
tenía la función de orientar sobre el cuidado de no insistir en los
senderos anchos de la perdición. Complementé diciendo que no encontraba
mayores dificultades en su interpretación, bastaba que fuésemos siempre
honestos. Así de simple. El Viejo me ofreció una dulce sonrisa de
agradecimiento como respuesta y volvió a concentrarse en la lectura y en
sus pensamientos. Me sentí orgulloso de mí mismo.
sábado, 1 de abril de 2017
Abrazando las Sombras
A todos los discípulos de la Orden se les había avisado que, en breve, uno de nosotros sería consagrado monje en ceremonia permitida sólo a los iniciados. No tuve dudas de que yo sería el escogido. Aunque no era el alumno más antiguo, era el más cercano al Viejo, como cariñosamente llamábamos al decano del monasterio. La ansiedad se apoderó de mí, me sentía orgulloso; permanecí sin dormir algunas noches imaginando como sería el ritual de pasaje, tan comentado de discípulo a monje en los corredores, hasta que llegó la noticia de que el aprendiz que sería consagrado era otro. Lo que parecía ser día se volvió noche. La brisa agradable que me acariciaba el ego se volvió una violenta tempestad, capaz de barrer mis mejores sentimientos hacia un lugar tan distante que tuve la sensación de que nunca más los encontraría.
Los celos me convencieron de que aquella decisión era injusta. La envidia llegó para avisarme que la vida era así, injusta por naturaleza. Para empeorar, el escogido para convertirse en monje había sido el aprendiz con quien yo más debatía y combatía en las clases de filosofía y de metafísica. La tristeza me cubrió con un espeso velo para secretear que buenos sentimientos son frutos del árbol de la ingenuidad: un cordero no sobrevive en medio de lobos. Sí, yo era la víctima perfecta.
Pasé algunos días ponderando la posibilidad de desvincularme de la Orden. Estaba convencido de que era una pérdida de tiempo insistir en un sueño que no encontraba respaldo, ni siquiera entre aquellos en quienes yo más confiaba. Irritado, evaluaba si debía hacer un discurso para desenmascarar la farsa o si salía en silencio, sin aviso, a manera de protesta. Al atravesar el jardín interno del monasterio vi al Viejo cuidando de las flores. Intenté evitarlo. No sirvió de nada. Al percibir mi presencia, sin darse la vuelta, me pidió que me aproximara. Guardó las pequeñas herramientas en el bolsillo de la túnica y me pidió que lo acompañara hasta su pequeña sala de trabajo. A solas, me sirvió una taza de té y dijo: “Yoskhaz, abre tu corazón”.
La Revelación
Mi primera fase como discípulo en la Orden estuvo representada por
muchas preguntas relacionadas con los misterios que envuelven la vida;
algo que siempre consideré positivo, ya que me impulsaba a la reflexión y
también me enseñó mucho sobre paciencia y serenidad, pues las
respuestas apenas son permitidas cuando estamos listos para entenderlas.
No que ellas sean negadas, sólo que no conseguimos verlas, como si un
manto de invisibilidad las envolvieran, hasta que nuestros ojos cambian.
Yo había terminado de barrer el jardín y antes de seguir hacia la
biblioteca del monasterio pasé por la recepción para buscar una taza de
café. Libros y café son una combinación que siempre he adorado.
Encontré al Viejo, ante un pedazo de torta de pan, con la mirada
distante. Pedí permiso para interrumpir sus pensamientos y sentarme a su
lado para conversar un poco. Él me autorizó con una dulce sonrisa. Le
dije que había leído un poema atribuido a un antiguo alquimista persa
que relataba el diálogo entre un caravanero y un grano de arena. Había
una parte que me intrigaba mucho:
“Grano de Arena: Yo soy el desierto.
Caravanero: No, eres apenas parte del desierto. Sin ti, el desierto continuará siendo el desierto.
Grano de Arena: Engaño. Si falto el desierto estará incompleto y viajará en mi búsqueda.
Caravanero: Devaneas entre la soberbia y la locura.
Grano de Arena: Entiendo tu juicio. Cada cual lo hace con los ojos que posee en el momento. Créelo, ver es un arte.
Caravanero: ¿Díme, qué no percibo?
Grano de Arena: La fuente de la que bebo. No existe el todo sin la parte.
Caravanero: ¿Así de simple?
Grano de Arena: La parte contiene el todo en sí; yo traigo el desierto en mí.
Para conocer el desierto hay que desvendar el grano.
Este es el poder y la revelación”.
Caravanero: No, eres apenas parte del desierto. Sin ti, el desierto continuará siendo el desierto.
Grano de Arena: Engaño. Si falto el desierto estará incompleto y viajará en mi búsqueda.
Caravanero: Devaneas entre la soberbia y la locura.
Grano de Arena: Entiendo tu juicio. Cada cual lo hace con los ojos que posee en el momento. Créelo, ver es un arte.
Caravanero: ¿Díme, qué no percibo?
Grano de Arena: La fuente de la que bebo. No existe el todo sin la parte.
Caravanero: ¿Así de simple?
Grano de Arena: La parte contiene el todo en sí; yo traigo el desierto en mí.
Para conocer el desierto hay que desvendar el grano.
Este es el poder y la revelación”.
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