Los cátaros
Los cátaros (es decir: los «puros»), llamados también
albigenses, porque eran particularmente numerosos en la región de Albi,
son célebres sobre todo por la encarnizada lucha que la Iglesia y la
Realeza emprendieron contra ellos, exterminándolos por todos los medios.
Sus doctrinas, que se distinguen por su pesimismo, son bien conocidas:
llevando al extremo la doctrina de los dos principios del Bien y del
Mal, declaraban que el universo entero había sido creado por el Príncipe de las Tinieblas, y de ahí concluían en una moral ascética,
que condenaba el casamiento, la generación, y la vida misma, mala en
sí, puesto que aprisiona el alma luminosa en la materia tenebrosa...A
decir verdad, únicamente los Perfectos estaban sujetos a estricto
ascetismo; en cuanto a los simples Auditores, gozaban de una moral más
suave. Paradójicamente, por lo demás, esos herejes eran, en cierto
sentido, mucho más «optimistas» que la Iglesia: al hacer de la Tierra el
«Reino de Satanás», los cátaros excluían el infierno del más allá, del
mundo suprasensible y espiritual; al cabo de los tiempos, todos los
espíritus, luego de pasar por gran número de reencarnaciones, quedarían
salvados, toda la Luz librada de las Tinieblas. La literatura ocultista
atribuyó a los cátaros toda clase de creencias esotéricas que les eran
extrañas. No por eso dejaban de tener ceremonias y ritos iniciáticos,
prácticas diversas que tenían por finalidad separar el espíritu de este
mundo y librar el alma, cautiva de su cuerpo; algunos hasta querían
conseguirlo bruscamente por la Endura, acto que consistía en dejarse
morir de hambre; pero la mayoría se limitaba a los ritos iniciáticos
propiamente dichos, que permitían alcanzar la iluminación espiritual por
el ascetismo y diversas técnicas que permitían separar momentáneamente
el alma del cuerpo. «Los cátaros - escribe Aroux - tenían ya en el siglo
XII signos de reconocimiento, santo y seña, y una doctrina
astrológica». La «cruzada» empeñada contra los albigenses es demasiado
conocida para que hablemos de ella. Sin embargo, debe señalarse que las
doctrinas cátaras sobrevivieron a la degollina de sus sacerdotes. Los
Trovadores, que habían demostrado ser auxiliares fervientes y devotos de
la herejía albigense, siguieron propagando en su «gaya ciencia» las
ideas proscritas por la Inquisición.