El Encanto de los Rituales

La mañana parecía soñolienta. Era el último día del año y yo estaba
viendo por internet los preparativos para las fiestas en varios lugares
del mundo. Todos los periódicos mostraban las mismas noticias. La pereza
y el mal humor estaban instalados en mis entrañas. Después del desayuno
el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la
Orden, percibiendo mi desgana, me invitó a caminar por uno de los
senderos del bosque localizado en la montaña que abriga al monasterio.
Por algún motivo que no puedo explicar, andar activa mi mente así que
comencé a exponer mis lamentos sobre las celebraciones de Año Nuevo al
considerarlas innecesarias, pues al final es una noche como cualquier
otra, con nubes o estrellas y el sol inexorablemente saldrá por la
mañana. El monje no comentó nada. Animado al imaginar que estaba de
acuerdo conmigo, quise saber lo que pensaba. El Viejo me miró
rápidamente, me brindó una sonrisa traviesa y dijo: “Creo que estás muy
tedioso, Yoskhaz” y continuó caminando.
La irritación aumentó. Provocándolo, indagué por una justificación
sensata sobre varias fiestas que se hacían en el mundo durante el año,
donde me parecía que las personas sólo querían comer, beber y bailar. Él
continuó andando a paso lento pero firme, lo que lo caracterizaba,
hasta que llegamos a un espacio abierto, era un mirador que ofrecía una
vista indescriptible. Se sentó en una piedra y dijo: